miércoles, 18 de septiembre de 2019

Desesperanza


            ¿Escribir sobre política? Tendría que estar loco. Si queréis leer sobre actualidad política tenéis suficiente metralla en cualquiera de los medios de comunicación, digitales o analógicos, y podéis elegir quien os pone en el disparadero. A mí me han bastado quince minutos de radio para saber que algo más de tiempo pueden provocarme un agujero en el cerebro. Es como esa bacteria comecarne tan exótica que mata a la gente necrosándola por dentro. Me han quedado preguntas, eso sí, a las que no sé cómo responder. ¿Nuestros políticos tenían suficientes incentivos para llegar a un acuerdo que satisficiera a los ciudadanos a los que representaban, o más bien sus incentivos de actuación eran otros que no conocemos? ¿Nuestros políticos tienen suficiente capacidad para realizar el trabajo para el que les pagamos, o en realidad les pagamos para hacer un trabajo, pero su objetivo es otro? ¿Nuestra democracia está preparada para salvar este tipo de bloqueo?
            La más importante: ¿nuestros políticos son un reflejo de la idiosincrasia de esta sociedad que conformamos?
            Otra cuestión que me ha quedado claro es que los discursos políticos no valen un ápice. Primero, por mutables. Después, por agresivos. Y, por último, por interesados. Lo único que salva a los políticos que los profieren es la escasa memoria de sus votantes y, por supuesto, su gregarismo. Un gregarismo exacerbado en este mundo de redes sociales y titulares rápidos. Un borregismo alimentado por frases fáciles –zascas nos ha dado por llamarles– que hacen las delicias de los electores cerriles que hacen grupo entorno al líder.
            Básicamente, pan y circo. Básicamente, Sálvame Deluxxe con un escenario más elegante, como son las Cortes Generales. Y Twitter.
            ¿Qué nos puede salvar de este desastre? No tengo ni idea. Pero lo que sí que tengo claro es que yo no hago caso ni a la incompetencia autocomplaciente ni a los trileros interesados. Lo que estoy buscando es cuál es el mejor modo de llevarlo a cabo. Por supuesto, lo que no voy a hacer es gastar mi tiempo y mi teclado en demostraros las falacias y las incongruencias de estos tiparracos: si no sois capaces de verlas, las de todos ellos, tenéis un problema severo. Un sesgo dialéctico del que no está en mi mano, ni tampoco en mi interés, sacaros. Sólo recordaré como Sócrates y alguno de sus discípulos como Platón pelearon hace dos mil cuatrocientos años contra los sofistas y sus trampas dialécticas. No les fue demasiado bien, sobre todo, al primero. Si no pudieron ellos, ¿cómo voy a pretenderlo yo? Por eso, no voy a caer en la trampa de retorcer la lógica con mi retórica para demostrar nada.
            Me he planteado muchas veces cuál puede ser la solución para este tipo de cuestiones, pero he de confesar que me hallo totalmente perdido. A veces me da la sensación de que las soluciones que se plantean lo único que hacen es intentar tapar una vía de agua que, como sucedía en los dibujos animados que veíamos de pequeños, provocaba otras dos o más en otras zonas del casco. La verdad es, como en otras muchas cosas, no soy experto en nada y menos en derecho constitucional. Imagino que en esto os pasará como a mí. Pero hay catedráticos de la materia, gente que hace derecho comparado y demás historias que se me escapan, así como sociólogos y demás estudiosos. No soy partidario de fascismos, ni mucho menos defensor de ideas únicas y unívocas; mucho menos, que quien las tiene, tenga la capacidad de imponerlas. Pero hacer caso a los que se han pasado media vida dedicados al estudio de algo en concreto me parece bastante sensato. Y si se tiene que poner de acuerdo alguien, prefiero que sean cuatro o cinco, o diez, de ellos, a volver a ver el esperpento público que hemos presenciado desde las últimas elecciones generales. Pero esto suena mucho a la república platónica de los sabios, la sofocracia, y no está exenta de críticas.
            Un último mensaje: volver a pedir el voto a los ciudadanos, tal y como ha hecho Pedro Sánchez, pidiéndonos mayor claridad es un insulto como no me había imaginado escuchar en pleno siglo veintiuno. Puede tener un programa político excelente, unas ideas maravillosas y una capacidad de gestión absoluta, pero mis dudas de si dejar el Gobierno de España a una persona que nos insulta no es un poco… –poned vosotros el adjetivo–. Exactamente igual que ocurría antes, cuando lo que pasaba con los líderes políticos que además de mentirnos, nos robaban.
            Volveremos a vernos ante la tesitura de escoger al menos malo, y eso de por sí pervierte bastante el sistema. La verdad es que cada vez me entran más ganas de echarme al monte. Me imagino que no soy el único.

Alberto Martínez Urueña 18-09-2019

            PD: En mi opinión, y por darla, el principal responsable de esta situación de bloqueo y de nuevas elecciones es Pedro Sánchez, y después, ya si eso, hablamos, porque cada uno tiene lo suyo.

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