martes, 7 de mayo de 2019

Ideologías


            Escribir sobre temas de actualidad, relacionados con la economía y con sus derivadas como la desigualdad, la pobreza, la capacidad productiva, el tejido industrial o la estructura de los diferentes mercados nacionales es fácil. Puedo cogerme un artículo de los que llevo escribiendo desde hace veinte años y calzarlo aquí, que pocos se darían cuenta. Además, hablar de economía, por mucho que le pese a los racionalistas y positivistas, es hablar de ideología. Ideología, una palabra que en la actualidad se utiliza como arma arrojadiza: si tus opiniones tienen sesgo ideológico ya no son válidas. Y esto es falso: la economía, en varias de sus ramas, está basada en la elección del individuo sobre sus propias preferencias, y las preferencias están basadas en prioridades, gustos y caprichos. Aquello que nos conmueve más o menos. No hay nada más ideológico que el ser humano en cada uno de sus individuos, dado que cada uno tenemos nuestras preferencias. El problema es la necedad de los representantes del maximalismo intelectual para los que las opciones son absolutas, no tienen grado, es un sí o un no. Así, efectivamente, conseguimos un mundo de bandos contrapuestos en el que los políticos que quieran sacar redito del enfrentamiento lo tienen sencillo.

            La economía, además, no ha encontrado una respuesta inequívoca a las preguntas fundamentales que se hace: ¿cuál es el grado de desigualdad razonable?, ¿cómo la medimos?, ¿en qué punto vital, igualdad de oportunidades, o transferencias compensatorias presentes?, ¿qué modelo hace crecer más la economía?, ¿el crecimiento económico ha de ser la variable suprema? Además, el crecimiento económico produce puestos de trabajo, pero ¿de qué manera se reparte ese crecimiento entre los diferentes factores de producción? No obstante, hay un cierto consenso sobre tres o cuatro cuestiones básicas que he repetido varias veces a lo largo de los años: investigación y desarrollo, infraestructuras, educación, diversificación industrial… Seguro que me olvido de alguno, y hay otras cuestiones que afectan de manera tangencial, pero directa, como la sanidad. Sobre todas estas cuestiones se habla mucho, pero no se solucionan. Preguntad a los expertos científicos cuál es el estado de la investigación científica en España, o a los profesores, o a los expertos sobre tejido industrial y nuestra dependencia peligrosa de tres o cuatro sectores que, para más ende, son de un bajo valor añadido. No es que España esté hecha un desastre, pero la dejadez política al respecto es flagrante, la tendencia es regresiva y si no nos hemos ido al cuerno es gracias a los propios españoles.

            Pero las preferencias personales, más allá de estos consensos, existen, y por lo tanto, las ideologías que, en democracia, se materializan en las preferencias políticas. A mí lo de Cataluña me preocupa desde el punto de vista de un grupo de personas saltándose la ley, pero ya se les está juzgando. Para mí es un punto y aparte. En la balanza hay otras cuestiones, y mis preferencias políticas y mi ideología hacen que me decante por ellas. A saber, en primer lugar, la cuestión medioambiental, el veneno que respiramos cada vez que salimos a la calle y sobre el que nos alertan los médicos, pero que todavía hay gente que cuestiona o que pone al mismo nivel que otras problemáticas que para mí están por debajo, aparte de que son problemáticas que tenemos hoy porque los políticos con capacidad de mando no se ocuparon de ellas ayer. Los problemas sobre la contaminación en las ciudades, algo que parece que nos ha pillado por sorpresa, es algo que sabíamos que tendríamos aquí desde hace lustros, y no se hizo nada. Además del veneno que respiramos, está el problema de los acuíferos, la desertización del territorio, la pérdida de biodiversidad y sus consecuencias, etcétera.

            Pero si queréis hablar de Cataluña, permitidme hablar de la organización territorial española. Tendríamos que hablar de la cuestión que me afecta directamente: el de la España vaciada. Entiendo, o más que entenderlo –no entiendo la insolidaridad–, lo asumo, que para quienes viven en la España rellenada este tema se le sude por completo, o que incluso se empeñen en desmentirlo, o en ningunearlo como si fueran llantos de vieja. A fin de cuentas, es complicado para las mentes pequeñas entender que la economía no es un juego de suma cero.

            Vivo donde vivo, una región que se despuebla porque “¡¡Es la economía, estúpido!!” y aquí no hay de donde sacar más que si eres funcionario o trabajas en alguna empresa como Renault. Las oportunidades son mínimas y precarias. Así que cuando oigo lo de que España se rompe, y a bufones rasgándose las vestiduras por ello, me sangran los tímpanos y la inteligencia. Porque España ya está rota y bien rota, y gracias a los que han gobernado hasta ahora. A ellos les gritaría bien alto y de cerca porque sólo escuchan la mierda esa de Cataluña, avisándonos de que España se rompe, que se la cargan los otros. Pero es que España ya está rota. Ya la rompieron ellos.

            Así que no me pidan que me desprenda de mi ideología porque hacerlo es ridículo además de imposible. Y no me pidan que anteponga el tema catalán a los consensos reales, a la ecología o al desequilibrio real entre territorios españoles porque lo primero sólo sirve para que gallos saquen pecho y a mí el ego de esos gallos me la suda, pero además, lo segundo es importante de verdad. Al menos desde mi ideología.

 

Alberto Martínez Urueña 7-05-2019

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