miércoles, 13 de febrero de 2019

Arengas vacías


            Llevo un tiempo pensando en cómo contarlo y gracias a un par de conversaciones con buena gente he conseguido ordenarme un poco la sesera. La idea básica es argumentar el motivo por el que los políticos que surcan los oscuros mares de la actualidad no me ofrecen el más mínimo crédito. No es una cuestión de qué ideas defienden, o dicen defender, porque, a fin de cuentas, no sabes muy bien dónde está la delgada línea roja entre el discurso y los principios. Es una cuestión algo más profunda.

            Respecto a la delincuencia, siempre he sido claro y sintético: fuera de la Constitución, en un Estado de Derecho, no hay nada. No quiero que nadie se salte la Constitución porque gracias a ella, a un tipo como yo no le han aplicado nunca una ley como la de vagos y maleantes que el infame dictador se sacó de la chistera. Gracias a ella, defender la redistribución de la renta y la riqueza desde quienes más tenemos a los que menos tienen es lícito y defendible sin correr el riesgo de que te partan la cara los que no están de acuerdo.

            Sin embargo, por encima de la ley, está la ética que me dice que lo primero es el respeto a todo ser humano. Esto tiene una consideración fundamental y es rechazar todo tipo de violencia salvo la inevitable. Si una mujer maltratada ve que el hijo de puta de su marido la va a acuchillar, me parece éticamente defendible que le prenda fuego. No sé si luego la van a buscar las vueltas en un Tribunal, pero si ve que huir de él es imposible, la ánimo encarecidamente a tomar una medida que lo aleje definitivamente, que ya vendrán luego los honrados miembros del Gobierno para indultarla.

            Hoy en día me siento democráticamente huérfano, profundamente abandonado. Como el perro del anuncio que miraba como se alejaba el coche mientras le cascaban al anuncio el segundo movimiento de la Sinfonía del Nuevo Mundo de Dvorak. Para ver si le sacaban una lagrimita a esos bastardos que son capaces de maltratar animales. Mi primer principio básico es que el ser humano es lo primero de todo, pero además, también tengo otro principio, y es el de la diversidad de ideas. Cada uno tiene las suyas, y salvando esperpentos anacrónicos como los de Abascal y sus adláteres del brazo en alto que le jalean envueltos en la bandera del pollo, todas me parecen aceptables. Pero sobre todo por un motivo fundamental que voy a exponeros.

            Es bien sabido que el Partido Popular no defiende el modelo de sociedad en el que creo, ni tampoco el modelo económico que me parece más adecuado para la sociedad que creo que formamos los españoles. Sin embargo, no es menos cierto que tengo amigos y familiares que les votan o les han votado. Cuando escucho a determinadas personas tratarles de estúpidos, o de ignorantes, o incluso de malas personas, me cabreo. Estas personas cercanas son buenas personas que quieren un mundo mejor para sí y para sus hijos, y que consideran que la forma de lograrlo es votando al PP. Pero además, sé tampoco quieren que los niños sirios se mueran en el Mediterráneo, ni que los que antes no estudiaron una carrera se mueran de hambre ellos y sus hijos. Es decir, no les considero eso que me dicen los de la izquierda que tengo que considerarles.

            También tengo amigos y familiares bastante rojillos, de esos que hablan de la colectividad del sistema y de crujir a los ricos y poderosos a base de impuestos. Esos también son buenas personas buscando lo mejor para sus hijos y sus amigos, y consideran que la mejor manera de llevarlo a cabo es votar a los del otro lado. No son malas personas tampoco, no buscan el mal de nadie, o al menos no directamente, igual que mis amigos de derechas. Simplemente tienen una idea de justicia social distinta, una concepción de cómo hay que estructurar la sociedad que difiere sustancialmente de lo que preferirían los votantes del PP.

            Tengo amigos a ambos lados, y si hiciera caso a alguno de los cantamañanas del Congreso, consideraría a unos o a otros, o a todos, no como personas con opiniones distintas, sino que les vería como gilipollas, como obtusos, como traidores, como buenistas, o como felones. Es decir, les vería no como alguien con quien ponerme de acuerdo para hacer algo en común, sino como un enemigo al que abatir lo antes posible. Es decir, el discurso de todos estos disidentes de la auténtica democracia, estos felones con carné de antisistema, pretenden que a muchos de vosotros os vea como unos enemigos a quienes vencer. Quieren que os vea como a malas personas, y no lo sois. Sólo sois personas con criterios diferentes a los míos.

            Por esto, últimamente no hablo de política, ni mando mis textos al respecto. O no hay discusión, como con lo del delito, o no quiero ver cómo se nos olvida que los seres humanos se merecen algo más de respeto de lo que nuestros políticos ejemplifican en sus discursos. No hay posibilidad de ahondar en sus ideas, porque sus ideas no son profundas, sólo son arengas para los suyos, para enfervorizar a sus votantes y para ofrecer titulares a sus correveidiles.

 

Alberto Martínez Urueña 13-02-2019

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