martes, 4 de diciembre de 2018

No quiero hablar de enemigos


            Ya veis como viene la actualidad. Cargadita. Yo, desde mi templo del rojo casi negro puedo retratar un poco todo este maremágnum porque, gracias a lo que quiera que gobierne el Universo, ya me casé con mi propia conciencia y no tengo más colores que los del ser humano.

            A mí los debates políticos me resultar muy interesantes porque me permite conocer a mis amigos, sus contradicciones y motivos, sus opiniones sobre temas relevantes y también, por qué no, sus querencias emocionales. Trato de verlo todo desde una cierta distancia y todos ellos saben, o al menos lo intento, que cuando yo doy mi opinión lo hago desde el más absoluto respeto a sus personas, porque las personas son sus ideas políticas, eso es indudable, pero son mucho más que sus ideas políticas expresadas en mitad de una conversación acalorada en la que muchas veces no tienes tiempo de profundizar demasiado. Y otra cosa que creo que saben es que odio la violencia por encima de todo, tanto en las acciones, como no puede ser de otra manera, como en las expresiones, porque con ellas también se golpea, se daña y se generan situaciones muy desafortunadas. Soy un firme defensor de que cada cual haga lo que quiera, sin cortapisas, pero siempre teniendo en cuenta el criterio de minimizar los daños en la medida de lo posible. Intentar no hacer daño siempre que se pueda, y cuando es inevitable, aceptar las consecuencias.

            Me gustan los debates políticos, y más en situaciones como las de esta semana, después de las elecciones andaluzas, porque te das cuenta de que las quejas y las reclamaciones de las personas, de los seres humanos llamados ciudadanos de una entelequia llamada España, que cada uno considera y quiere a su manera, son esencialmente las mismas. Y éstas no cambian ni han cambiado en los últimos cuarenta años. Da igual que haya gobernado el PP o el PSOE, tanto monta monta tanto, da igual que estés en Castilla y León a que estés en Andalucía, Murcia o Madrid. No es tan complicado, y que esas reclamaciones sigan siendo las mismas durante tantos años habla muy bien de mis vecinos y muy mal de nuestros políticos.

            Todos hablamos de las listas de espera en la Sanidad, y en todas las regiones de esta piel de toro sacamos a relucir esos casos en los que una resonancia magnética tarda seis o siete meses, o hasta un año. Hemos visto las mareas blancas de los trabajadores del sector sanitario y sabemos que hay un déficit estructural de recursos materiales y humanos, además de unas condiciones laborales cuestionables.

            Todos hemos visto las reclamaciones en Educación, las protestas de los maestros, los malos tratos que reciben en demasiadas ocasiones de los padres, y se nos abren las costuras. Todos, al margen de la asignatura de religión, cuestión que da para un texto entero, sabemos que queremos que nuestros hijos reciban la mejor educación posible y que haya, de una vez por todas, un modelo educativo más o menos estable. Y, por cierto, que para hacerlo, pregunten a los responsables de implantarlo y ejecutarlo.

            Salvo algunos ciudadanos en España, minoritarios en el total del territorio, queremos que se respeten las leyes, sobre todo la Constitución, con lo de la unidad del Estado español, sus derechos y obligaciones y todo lo demás. TODO LO DEMÁS, a saber: igualdad de todos los españoles, acceso a la justicia efectiva – no a sentencias dictadas seis o siete años de presentada la demanda –, un empleo y una vivienda digna, etcétera, etcétera, etcétera.

            Todos los españoles sabemos que queremos una Administración Pública que vigile los usos del dinero público, que persiga el fraude, que no se despilfarre, que se luche contra la corrupción, que se respete a los funcionarios, tanto a los científicos del CSIC, como a los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, porque a pesar de que a ciertos anarcocapitalistas que son una vulgar minoría no les guste su presencia en las calles, al resto nos gusta disfrutar de calles seguras, libres de altercados, robos y demás historias.

            Todas estas reclamaciones las hacen los fachas y los rojos, los de la gaviota y los de la rosa, los de la nueva política y los de la vieja. Y lo hacemos todos, independientemente de quien nos gobierna, lo que me lleva a pensar en un par de cosas: quizá las diferencias que parece que nos separan no son tantas, no somos tan angelicales los unos –quienes sean esos unos– ni tan hijos de puta y crueles los otros. No me creo que los once o doce, o veinte millones de españoles que votan diferente a lo que yo haría sean unos desalmados que sólo quieren chuparnos la sangre a los contrarios. Creo que todos queremos lo mismo, pero nuestros políticos se empeñan en convencernos de lo contrario. O mejor, para permitirles a ellos también el derecho de la duda: creo que deberían dejar de pensar que son la ÚNICA solución posible a los problemas de España y tendrían que empezar a intentar ponerse de acuerdo en una solución que nos convengan a todos. Porque los problemas ya les conocemos.

 

Alberto Martínez Urueña 4-12-2018

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