martes, 11 de diciembre de 2018

Esa gilipollez del estrés


            Os pongo un par de frases para reflexionar un momentito y ahora vuelvo:

            "Nos estamos acostumbrando al estrés y lentamente nos mata".

            "El 70% de las enfermedades están relacionadas con el estrés y si no lo están, las agrava. El estrés es cinco veces más perjudicial que el alcohol o el tabaco".

            Como punto de inflexión para iniciar un artículo de estos que os suelo mandar no está nada mal, ¿verdad? Ahora, que levante la mano quien piense que sí, que vive estresado, pero que es lo normal, que las exigencias del día a día son inevitables, y la única opción que nos queda consiste en llegar al final de cada jornada a punto de cometer algún asesinato, sin fuerzas más que para consumir alguna mierda televisiva de esas que nos arrojan desde los grandes estudios y luego meterse en la cama para no ser capaz de conciliar más que tres o cuatro horas de sueño inservible.

            ¿Qué nos ha pasado? El ser humano se pasó los siglos intentando encontrar un mínimo de seguridad y algo de tiempo libre para poder disfrutarlo, y cuando lo tuvimos, lo rellenamos de nuevas obligaciones. Hay tres opciones hoy en día: la primera sería la del curro que empieza a las ocho de la mañana y no sabes cuándo acaba. Su justificación se basa en la ambición personal, en la mejora social y económica, y, si los tienes, en ofrecer un futuro mejor a tus hijos. Conozco gente para la que el trabajo se ha convertido en una huida hacia delante a pesar de las señales de advertencia que pueblan el camino.

            La segunda opción es la del que no tiene más remedio que coger lo que le toca, aceptando un salario de mierda que no le da más que para sobrevivir. El número de horas y su estabilidad es aleatorio, y que te las paguen todas, un privilegio. Vives reventado en el curro y cuando sales, vives reventado haciendo números. Como para no estar estresado…

            La tercera opción: un trabajo que te permite vivir con más o menos holgura y que te da para tener unas horas libres. Ojo, con este tampoco se sale ganando porque, aunque los de las otras dos categorías no lo entiendan, se ha convertido en un enemigo: primero, el curro es fuente de disgusto, y segundo, esas horas libres se convierten en un no parar frenético de tener que aprovechar el más mínimo espacio que nos queda del calendario. Como sea y al precio que sea.

            ¿Veis el problema? En todos ellos salimos perdiendo. Si las dos frases, más todo el estudio que hay por detrás, son ciertos, al ser humano tal y como lo conocemos están a punto de saltársele las costuras. No hago más que escuchar a izquierda y derecha –esta vez no va de política– que hay que aprovechar la vida, pero ese aprovechar la vida supone salir de un trabajo que te exprime a unas obligaciones que te sacan el poco jugo que te queda para llegar a unas miserables horas de pseudoocio, normalmente marcado por algún tipo de comportamiento adictivo y dañino. El resultado nos lleva a que la cabeza está tan enloquecida que es incapaz ni tan siquiera a veces de dormirse. Y esto es más que evidente cuando tenemos en cuenta que el consumo de medicamentos destinados a paliar los efectos del estrés –el estrés malo, hay de dos tipos– se ha triplicado en poco tiempo: en lugar de buscar la causa del problema y solucionarla, los enfermos de este tremebundo mal se autoconvencen de que son víctimas incapaces de solventarlo y con la única opción de matar los síntomas a base de drogas.

            Por supuesto que todo esto suena catastrofista, y muchos de vosotros estaréis pensando que sólo es un mensaje carente de criterio. Pudiera ser, pero vamos añadir a esto los estudios sobre estrés infantil. Los niños, esas personitas inocentes y moldeables, lo sufren a través de sus padres: ya sabes, después de ese curro que te pone de los nervios, habiendo atendido a mil obligaciones cuando sales, de un lado para otro, llegas a casa con el estado de ánimo licuándote las tripas y eso, los niños, lo notan nada más verte el careto. Les da miedo. Sin contar, por supuesto, lo de las extraescolares. Lo que les pasa a los adultos, eso de no poder dejar tiempo a no hacer nada, lo de tener que ocupar cada segundo del horario, pues para ellos, con la particularidad de que sus capacidades de atención y concentración son menores. Ala!, el niño corriendo de acá para allá, al deporte de equipo que le forma, a las clases de inglés porque son fundamentales, por supuesto la música que le convertirá en un ser empático y le despertará la meninge izquierda… Y a las ocho de la tarde, corriendo a casa para hacer los deberes del colegio. Sé lo que estáis pensando: el mundo de hoy en día no te da margen, hay que convertirles en seres supereficientes y preparados para que el día de mañana sepan desenvolverse en un entorno hostil que convertirá su vida en esa mierda que tú hoy eres incapaz de manejar sin tener que justificar como normal tener reacciones propias de la niña del exorcista.

            Ahora, una vez que todo esto te ha parecido una gilipollez y una llamada de atención sin sentido, plantéate la vida como si las frases del principio fueran de verdad. Es decir, que te estás jodiendo la vida para no vivirla, y además, estás convirtiendo a tus vástagos, si les tienes, en seres humanos enfermos desde la misma infancia. A mí, personalmente, la perspectiva no me gusta un pelo.

 

Alberto Martínez Urueña 11-12-2018

 

            PD.: Para los que quieran saber de qué va el rollo, buscad en internet al doctor Víctor Vidal Lacosta, médico del Trabajo e inspector de la Seguridad Social. Hay muchas más sorpresas en sus estudios.

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