lunes, 31 de octubre de 2016

Sobre tales investiduras

            Creo sinceramente en aquella frase tan manida y tan repetida en multitud de circunstancias que argumenta que son los hechos y no las palabras las que definen a las personas. Si bien en cierto, todos tenemos derecho a cometer errores, por lo que las cosas que nos definen no son los hechos concretos si no nuestras tendencias hacia tal o cual comportamiento o actitud. Los hechos que cometemos, y las tendencias que adoptamos, nuestras querencias, nuestros comportamientos, indican con cierta precisión cuáles son nuestras intenciones. Cuáles son nuestros intereses. Las palabras, que tan útiles nos resultan para comunicarnos, para transmitir ideas, o para que yo pueda escribiros estas líneas, en otras circunstancias sirven de herramientas para otros menesteres, como es la perversión de la dialéctica. Hay infinitos casos que así lo atestiguan. No en vano, todos los ímprobos esfuerzos que realizamos los seres humanos para autoengañarnos son una de las modalidades más extendidas.
            En la esfera privada, cada vaca que suene su esquila. Sin embargo, cuando asistimos a cuestiones de la esfera pública, que nos afectan a todos, no podemos permanecer impasibles. Las organizaciones, compuestas por seres humanos y seres de alguna otra índole, según el caso, también tienen sus tendencias, también tienen sus palabras, sus tergiversaciones y sus incoherencias, y por supuesto, tienen sus intereses. Por sus frutos les conoceréis, decía uno hace algunos años. Y que razón tenía, el sujeto.
            Hace tiempo que defiendo en mis líneas que en esta democracia tan mezquina, inculta, rapaz y cainita que tenemos en nuestras gloriosas Españas, el imperio donde no se ponía el sol, está pervertida, y no desde hace poco. En mi texto anterior hacía una reflexión sobre cómo los españoles nos hemos dejado engañar a lo largo de los siglos por una serie de líderes bochornosos que argumentaban el amor por la patria mientras se embolsaban los dineros llegados de las campañas militares, esquilmando al pueblo que las batallaba. Nada más ruin que mandar a tus peones a morir en Flandes y luego dilapidar las ganancias en confeti, pero eso es lo que hicieron los Austrias y después los Borbones. Ahora toca hablar de quienes nos engañan, y además, viendo que no tiene ningún coste para ellos, cada vez con mayor desvergüenza.
            Las siglas PPSOE os sonarán a todos. La coalición de las fuerzas políticas más representativas de los últimos cuarenta años en nuestro país se lleva sospechando desde que los chavales del 15-M empezaron a dar guerra por las calles y por las plazas de nuestro país. Unas siglas que pretendían ser las garantes de la estabilidad de nuestro sistema político, por encima de los populismos y de las algaradas, para que los mercados no salieran corriendo por la puerta de atrás de nuestra piel de toro.
            Han mareado la perdiz durante los últimos años. Hemos tenido en este tiempo una legislatura absolutamente dictatorial, de las que les gusta a los chavales de derechas, de las de aquí se hace lo que yo digo porque yo lo digo. Hemos tenido una salida de la crisis para las grandes élites, mientras Cáritas, Intermon Oxfam y otras organizaciones se llevan las manos a la cabeza y más de diez millones de personas se las llevan a los bolsillos… para no encontrar más que silencio en ambos casos. Hemos tenido un año de Gobierno interino en el que Mariano y sus adláteres se han negado al control parlamentario, se han negado a negociar nada con nadie, esperando a que las peras maduras cayeran por si solas, conscientes –pero irresponsables- de que la izquierda de este país es capaz de apuñalarse sola, todas las veces que haga falta, y con una enorme sonrisa bobalicona en la cara, reflejo de la supuesta superioridad moral con la que se autoinviste. Hemos tenido todo esto, y ahora las piezas encajan, demostrando que no les queda más remedio que por responsabilidad unirse en un matrimonio antinatura que no tiene el más mínimo sentido. Después de haberse pasado cuarenta años sin ser capaces de articular un Estado Español con una organización territorial coherente, después de no haber sido capaces de cohesionar la Sanidad, la Educación y otras políticas de Estado desde la lógica confrontación de ideas contrapuestas de dos rivales que buscan entenderse. Después de haber estado tocándonos los cojones a dos manos durante todo este tiempo sin solucionar los problemas importantes de esta nación como son la burbuja inmobiliaria –reventó sola-, la violencia entre sexos, la politización de la justicia, así como su modernización, el establecimiento de organismos de control independientes… Un suma y sigue que demuestra que sus actos no fueron gobernarnos, sino marearnos con gilipolleces propias de un patio de colegio para perpetuarse en el poder. Y cuando se les ha visto el plumero, a raíz de la crisis, aldabonazo para muchas personas en este país de incultos y fratricidas, han hecho lo que les quedaba para poder seguir aferrados a los escaños.
            Ojo, esto no es baladí. Los escaños no dan de comer. O no a tanta gente. Si no, que se lo pregunten a la Gürtel, a la Púnica, a los EREs, a la Comunidad Valenciana, a la Perla Negra de Valladolid, y a todos los restos que se reparten a dos manos. Que se lo pregunten a Felipe y su Gas Natural, o a Ansar y su Endesa. Y a todos los amiguetes que colocaron en las demás energéticas, bancos, cajas de ahorro, etcétera, y cuando veáis la próxima factura de la luz, os preguntáis porque tenéis una de las facturas más caras de Europa. Hay, de hecho, en Wikipedia, una entrada que se llama políticos españoles en consejos de administración.
            Así que ahora, cuando la gente me pide que escriba sobre la investidura de Mariano y la abstención orquestada por esa mala directora apellidada Díaz, les diré que todo estaba organizado para que así fuera, que no podía ser de otra manera, y que no deja de ser una nueva maniobra de esos líderes que nos oprimen desde hace siglos para perpetuarse en su trono y en sus despachos. Esos líderes a los que nos vendimos y a los que no cobramos la factura que exige su corrupción y su desvergüenza.


Alberto Martínez Urueña 31-10-2016

miércoles, 26 de octubre de 2016

Tal como somos

            Tal como somos

            No voy a engañar a nadie si digo que la investidura de Mariano Rajoy es algo que me produce algo más que tristeza. Al margen de que no comparta con el PP prácticamente nada, la principal de mis cuestiones discurre hacia qué tipo de país somos. Un país en el que los escándalos de todo tipo de corrupción, nepotismo, despotismo, delincuencia fiscal, arribismos, guerras cainitas, puñaladas bajo capa o al descubierto, desplantes a las Cortes Generales y un largo etcétera, un suma y sigue interminable, no pasa factura. La impunidad es absoluta. Es un escenario en donde se dan cita todas las tragedias griegas, todas las soflamas shakespirianas y, por supuesto, todas las miserias quijotescas. No es que en el resto de países suceda lo contrario, pero el número de fieles votantes al partido, independientemente de los delitos supuestamente cometidos, es porcentualmente más bajo. O eso pensábamos hasta estas últimas rondas electorales en que la aparición de nuevos actores en las tablas pareció dar nuevos aires de renovación a esta farándula. Pero era falso, y la única diferencia actual no viene del comportarse; la única viene de que dos de los principales partidos sí que están salpicados por supuestos actos delictivos, mientras que a los dos nuevos no se les puede encontrar nada jurídicamente punible. Por ahora. Por mucho que nos saquen al millonetis financiero detrás de los de Rivera, o lo de Venezuela, de la que ya no se acuerda nadie. Sin que nadie nos explique además, que habría de delictivo en eso.
            Pero no voy a entrar en lo que todos sabemos. O al menos lo que sabemos los que miramos sin prejuicios partidistas. A mí me da igual lo que le pase a cualquiera de ellos, y no entiendo la defensa feroz, agresiva, casi bélica, con que empeñan su conciencia los que se interponen de escudo humano entre Mariano, Felipe, Ansar, o el que sea, y sus detractores. ¿Qué sentido tiene? ¿La lógica del mal menor? Esa lógica es la del corto plazo que hipoteca el futuro de nuestros hijos.
            Pero, ¿qué sucede en España, que esas cosas no se pagan? Hay quien argumenta que defender a los partidos tradicionales es una postura de responsabilidad, una visión de Estado, ya que, a pesar de todo, son los más preparados para llevar las riendas de nuestro país. Y esa sí que sería una visión triste. Tener que pagar tales peajes para ser gestionados, más o menos, por los que serían los mejores. Estos serían los mejores. Es una visión para largarse de España sin echar la vista atrás ni derramar una lagrimita.
            Y es que hay que tener en cuenta que todo esto no es consecuencia de nuestros políticos. Los políticos de esta piel de toro son consecuencia de los españoles. Y aquí hay culpas para todos. La pista sobre la principal de todas ellas me la dio Arturo Pérez Reverte, que salía el otro día hablando en la televisión. Con su habitual facilidad de palabra no exenta de mordaz elocuencia, indicó que en España los rivales, en las disputas, ya sean dialécticas o de las otras, no se conforman con convencer; aspiran a silenciar como poco, cuando no a aniquilar, a destruir, a condenar al ostracismo y al olvido. Como hacía el faraón Yul Brynner a Charlton Heston en la fantástica película de “Los diez mandamientos”.
            Nuestro problema no está en que corriente económica hemos de aplicar, como siempre he defendido. Es un problema de los políticos a los que premiamos, a los que elegimos, y por los que nos dejamos engañar. El problema de España es esa elegía que muchos hacen de la incultura y la ignorancia, ese desencanto del que nos autodotamos cuando decimos que no merece la pena hacer nada, porque nada va a cambiar. Esa desesperanza histórica, quizá fruto de haber sido la nación más grande del mundo gracias a nuestros líderes a costa de un precio tal que lo perdimos todo siglos más tarde. Porque entendimos que nuestros líderes nos usaron como peones, aunque muchos se nieguen a aceptar esta gran verdad, que dilapidaron el dinero que llegó de las colonias en su propio beneficio, para su gloria como reyes de un imperio donde no se ponía el sol, mientras los españoles no podían alimentarse o vivir dignamente por mucho pecho que sacarán aquellos hijosdalgos que dejó aquella patraña. Leed libros de aquella época. Salen en todos. E igual que hoy en día, eran capaces de matar o dejarse arrancar el pellejo, según tocase, por una entelequia que llenaba los bolsillos a otros mientras que a ellos no les dejaba ni una mísera tumba donde enterrar sus huesos. Las tierras de Flandes o el Canal de la Mancha están repletos de cadáveres orgullosos. Ni siquiera cuando pudimos elegir, elegimos la libertad: nos postramos como ganado ante Fernando VII igual que un siglo más tarde nos postraríamos ante el único dictador europeo que tuvo la suerte de morir en su cama, tranquilo, y al que se le siguen dedicando misas.
            España es un país anómalo en su entorno. Tiene más miedo a bajarse del burro que a que le robe un trilero con traje y corbata. España vive del orgullo que siente por sus colores –el fútbol será el ejemplo perpetuo–, no de la razón que le permita mirar más allá, y cuando ve su orgullo amenazado, saca la espada y con el cuchillo entre los dientes se lanza con fe ciega a romperse la crisma contra sus propios hermanos. España es, en todas sus facetas, como son los españoles.

Alberto Martínez Urueña 26-10-2016

PD.: Escribo este artículo generalizando. Ya sé que no todos somos iguales, no todos somos esa clase de persona despreciable que describo. Pero no haríamos mal en mirar hacia nosotros en lugar de hacía los demás, por si adolecemos de tales miserias.

jueves, 20 de octubre de 2016

Un par de cuestiones


            Cuando a veces me pongo trágico, o melodramático, o directamente conspiranoico, me lanzo sin freno por una brecha complicada: ¿cuáles son los principales enemigos a los que nos enfrentamos en una actualidad como la nuestra? Es decir, ¿qué circunstancias juegan en contra nuestra en esta realidad que parece tan compleja, y en realidad es de una simplicidad absoluta?

            No hablo de los problemas que están en los hechos objetivos, en los objetos, en las tecnologías en sí mismas. De lo que voy a hablar no está en lo que sucede, sino en cómo lo interpretamos. NO hablo tampoco de cómo solucionamos unos u otros problemas, sino en la perspectiva con que vemos la casuística que se nos plantea. La cuestión no está en qué vemos, sino en cómo lo vemos, qué uso hacemos de ello, cómo afrontamos las incertidumbres y las decisiones que hemos de adoptar.

            Hay múltiples ejemplos al respecto, y siempre se nos viene a la cabeza uno especialmente melodramático: la energía nuclear puede ser utilizada para generar una energía altamente eficiente, o para arrasar una ciudad entera. Sin embargo, hay cuestiones aparentemente más prosaicas pero que contienen preguntas mucho más inquietantes. No en vano, a nadie le gustaría estar presente en mitad de una explosión nuclear, pero tampoco en un escape como el de Chernobyl.

            Últimamente, con la presentación de los últimos móviles, y también de las últimas tecnologías, pujan con enorme fuerza dos fundamentales: la inteligencia artificial y la realidad virtual, dos cuestiones sobre las que se han realizado películas de las que Matrix o Terminator pueden ser buenos ejemplos, pero también se han escrito libros, y se han planteado cuestiones sobre moralidad y seguridad ante los problemas que pueden derivar al respecto. Sobre esto, campo de la ciencia ficción y sobre lo que hay tanto material no pretendo decir nada.

            Sin embargo, hay otra vertiente que se desgaja de la problemática principal. Todo empezó con aquellos enfrentamientos entre la máquina y el hombre en el campo de las batallas ajedrecísticas, con Kasparov jugándose los cuartos contra Deep Blue. Hoy en día, el campo de la inteligencia artificial viene instalado en vuestros teléfonos móviles a través de los asistentes de voz, se utiliza por parte de Google a la hora de ofreceros resultados en su buscador, y si alguna vez os habéis fijado, la publicidad que os aparece en las páginas web que visitáis, a veces está personalizada según lo que hayáis buscado anteriormente. Hace unos días, leí un artículo que describía como la inteligencia artificial había conseguido crear canciones. No conozco el proceso detallado, ni tampoco me interesa, pero indica el camino hacia donde nos lleva este progreso tecnológico.

            Hoy en día tenemos al alcance de la mano posibilidades de aparecían en películas como Desafío Total, en donde una aparente ventana que ofrecía una imagen relajante, en realidad se convertía en un televisor en donde daban las noticias. Podemos conectar la calefacción con nuestro móvil a trescientos o a tres mil kilómetros de distancia, antes de llegar después de un viaje de tres semanas en que te encontrarías la casa helada. Pero también puede localizar tu posición y encender las luces de entrada según llegas, puede conocer tus gustos musicales en función de la hora del día y ponerte un poco de clásica tranquila cuando llegas del trabajo, o un poco de funk cuando estás cocinando. Hay frigoríficos que te hacen la lista de la compra si empieza a escasear tal o cual producto y hace el pedido por ti al supermercado para que te lo lleven a casa.

            Todo en aras de facilitarte la vida y que puedas dedicarte a lo que te gusta.

            Esto puede parecer estupendo, pero plantea dos cuestiones que creo que son fundamentales. Con respecto a que una máquina, procesador o programa pueda componer una canción de pop, o una sinfonía de música, plantea una visión del arte muy apartada de mi visión particular. La lleva a un terreno de consumismo absoluto y despersonalizado en el que la comunicación entre el artista y el oyente queda completamente destruida. Ya no oirías una canción para saber qué quería decirte tal o cual compositor. El sentido del arte como divulgador de una cultura, de una idea, de un trozo de belleza transmitida de un humano para otro humano se habría roto definitivamente, y no sé si ése es un precio que, al menos yo, quiera pagar.

            También plantea otra segunda cuestión y es el sentido que damos a nuestro tiempo. El hombre ha quedado liberado de obligaciones de manera paulatina y tiene cada vez más tiempo para sí. La tecnología nos ha ofrecido ese regalo, pero también nos ha arrojado a un mundo nuevo en el que tenemos que elegir qué hacer con ese tiempo.

            Además, de regalo, se plantea una nueva pregunta: ¿hasta dónde estamos dispuestos a llevar esa pretensión por la comodidad? Parece que incluso hacer el esfuerzo de encender las luces al llegar es algo tedioso, de lo que debemos prescindir, y así, la cultura del esfuerzo se pierde. La tecnología nos ha dado el tiempo libre que queríamos, pero en lugar de usarlo en algo que nos apasiona, en eso que daría sentido a nuestra existencia, quizá lo malgastamos en naderías que no nos ofrecen la más mínima satisfacción.

 

Alberto Martínez Urueña 20-10-2016

sábado, 15 de octubre de 2016

La buena gestión

            Quiero hacer unos comentarios, porque ciertas cosas han de ser desmontadas. Me propongo hablar de economía, pero de una economía que sea sencilla, más allá de los teoremas y de las ecuaciones que tanto nos gustan a los amiguetes del gremio. Y es que hay clichés, medias verdades, o directamente mentiras de mierda que determinada gente quiere seguir sosteniendo para justificarse. Con el tema de las elecciones los votantes del PP han necesitado hacer auténticos equilibrismos mentales para justificar una querencia, no una lógica. Ahora, celebrándose el juicio de la Gürtel, como llevamos varios años con el tema, parece que ya estamos insensibilizados. Algunos.
            La primera de las tácticas, al margen de la económica, también tengo que mencionarla, y es demostrar que, a pesar de todo, el PP es el mal menor. Pero la demostración consiste en ridiculizar al contrario, no en dar cifras o argumentos, riéndose del de la coleta o del guapete, apelando a la irresponsabilidad de no permitir un gobierno corrupto y corruptor… Matar de noche y con nocturnidad a la oposición, y además, ridiculizar a quienes les votan por votarles. Que sepan que esta táctica de ridiculizar al contrario sólo define a quien la usa. Y es populista, por cierto.
            Pero vamos al tema económico. Dicen que son buenos gestores, y aquí voy a indicar un par de cuestiones básicas. Llegue a pensar que el PP de Josemari había sido un gobierno incapaz de ver la realidad de la burbuja inmobiliaria. Que en sus planes de desarrollo económico del año 2000 figurase potenciar al sector de la construcción podría ser una miopía cortoplacista para generar buenas cifras de empleo y no atajar de raíz aquella burbuja podía ser simple incompetencia o falta de valor por parte de un tal Rodrigo Rato, ministro de economía, que, como buen gestor, negaba la existencia de la burbuja. Sin embargo, escuchando las declaraciones de Francisco Correa durante el juicio –el que no quiera oírlas, o haga oídos sordos, puedo sospechar que es porque no le interesa ver la realidad y seguir con su interesada ceguera– veo que no es una cuestión de incompetencia. Es una cuestión de engrasar una bien pensada maquinaria de corrupción y delincuencia con la que incrementaron sus gastos personales y de partido.
            Esa es la “buena” gestión. Adjudicar contratos a empresas de la trama incluso en baja temeraria para que, durante la ejecución, la desviación de la obra provoque incrementos de la obra de un 100%, por poner un ejemplo. En ese incremento estaba la comisión de Bárcenas, la de Correa, la de Sepulveda, y además, la financiación de las campañas electorales del PP, con más luces, más potencia sonora, más espectáculo… y más estudios de cómo llegar a los potenciales votantes indecisos. Eso, señores míos, con dinero público. Las Administraciones Públicas controladas pagan sobrecostes a esos contratos con tu dinero, y con el mío, obras públicas, por cierto, que podrían haberse realizado mejor, con más calidad, a un menor coste. O lo que es peor, obras públicas innecesarias y ridículas que, además del coste de ejecución, suponen un enorme coste de mantenimiento. Pero claro, las ciudades están más bonitas. Y esto me entronca con la segunda parte del razonamiento.
            Las ciudades están más bonitas, las carreteras innecesarias, como las radiales madrileñas nos ponen en la óptica internacional, los hospitales, las infraestructuras… Visión cortoplacista. Los ingresos cayeron gracias a la burbuja inmobiliaria –ya he argumentado que la provocaron ellos por sus propios intereses– y ahora toca mantener algo que no podemos mantener con menoscabo de otras cuestiones importantes. No sólo eso, sino que ha provocado que la deuda pública se incremente hasta más allá del 100% del PIB, y esto, amigos votantes del PP, no es una buena gestión económica. Sobre todo, teniendo en cuenta que todos los artículos que he leído sobre la materia, y cuya opinión comparto, incluidos los neoliberales –adjetivo de que presume el PP, y del que, noticia para los sorprendidos, no tiene absolutamente nada–, indican que de reformas estructurales, nada. Que las reformillas que han hecho no sirven para gran cosa, salvo precarizar el sistema laboral, y que si hablamos del sistema fiscal –hablábamos de gestión económica, y esto tiene que ver con los ingresos– sigue hecho un completo desastre. Como siempre.
            Antes de empecéis a responder, os diré que ya sé que el PSOE no lo hizo mejor. Que el coletas es un rojo recalcitrante de discurso complicado de tragar. Que Ribera es un pan sin sal que cambia de opinión más rápido que de camisa, a pesar de que tiene a Luis Garicano, gran economista aunque no comparta sus tesis, y además paisano mío. Pero hay una cuestión insoslayable: el PP es presuntamente un partido corrupto y delincuente, y todas las escusas que se ponen para seguir votándoles, lo de la seriedad, la buena gestión, la fiabilidad… Todo eso es mentira. Ahora, simplemente, justificaos con la mejor de todas y punto: voto lo que me sale de los cojones porque son de los míos, porque me caen bien y me hacen gracia, porque me gusta Soraya y Mariano es un tipo con gracia. Pero no me justifiquéis lo que no se sostiene. El problema de este país siempre ha sido el pan para hoy y hambre para mañana, y si no nos hemos muerto de inanición, ha sido gracias a que, tanto los votantes de derechas como los de izquierdas, formamos un gran país, a pesar de sus dirigentes. Sólo nos falta echar a esta gente.

Alberto Martínez Urueña 14-10-2016

viernes, 7 de octubre de 2016

Mediocres. Parte III


            Los dos últimos textos que os he remitido, fueron escritos antes de la debacle interna del PSOE. Esa especie de implosión sufrida por uno de los dos partidos fundamentales para entender la historia española desde la Transición. Un ejercicio de autocanibalismo. Ha sido un espectáculo tan grosero de guerra fratricida que cuesta analizar si no es por la mera estupidez –def. RAE– de los implicados. Por su mediocridad en la gestión de lo que es un partido político. Eso sin entrar en posibles conspiraciones en la sombra del poder fáctico moviendo los hilos, argumentos que dejaré que leáis vosotros mismos si os gustan esas historias. Hay algunas escalofriantes.

            La verdad es que no sé cómo analizar la situación, si desde una perspectiva de necedad absoluta o de maniobra perfectamente ejecutada de la que desconocemos sus intenciones y objetivos. Quizá haya de ambas. Reconozco que no tengo mucho que aportar al debate, teniendo en cuenta el nivel de muchos de los que escriben –aunque algunos harían mejor en cerrar la boca–, pero me resulta curioso ver reflejadas algunas ideas de manera pública. La que más me llama la atención es la que habla de la falta de inteligencia táctica de los personajes que han protagonizado el movimiento. Por mucho que piensen haber conseguido, la imagen que se nos ha quedado de estos personajes no es precisamente idílica: seres aviesos capaces de cualquier cosa con tal de ocupar el trono imperial. “Tú también, Bruto”, o la de Lady Macbeth. Relatos de intrigas palaciegas en donde hay cálculos y asesinatos para quedarse con el reino. El ansia de poder es algo inherente al hombre, pero retransmitido en tiempo real por los medios de comunicación masivos pierden el halo artístico de la Historia y del teatro clásico.

            El problema aumenta, efectivamente, cuando se pierden las más mínimas formas y se hace exposición pública y grosera de las inquinas privadas. Una cosa es saber que existen, y otra muy diferente verlo. Aquí el PP gana por goleada. Pero en el PSOE, está claro, también confían en el ibérico porcino medio y su memoria: tan limitada como se empeña en demostrar. Así, Susana y compañía saben que sus fieles permanecerán, y a la hora postrera de los comicios, volverán las oscuras golondrinas para ofrecernos nuevo espectáculo de legitimación en las urnas, de miedo al bueno por conocer, de la apelación al voto útil y, en definitiva, del holocausto y muerte de la democracia ante la mediocridad de un electorado que prefiere una nueva edición de Gran Hermano a explorar las glorias literarias de nuestra cultura.

            Bien sabido es que no comparto del PP ni la ideología ni las formas, y que no me trago ninguno de sus argumentos sobre el tema de la corrupción, sobre sus supuestas reformas estructurales o la sarta de estupideces con que jalonan la exposición de motivos de sus leyes más controvertidas, como la Mordaza. Ni qué decir tiene, si hablamos de su supuesta gran gestión de la economía, que conmigo no tienen a donde ir: considero que son más los desastres causados que los aciertos, y que éstos, tienen más de casualidades cíclicas bien aprovechadas para venderlas en los mercados donde les escuchan que de reales. Luis de Guindos en su biografía se ha encargado de darme la razón. Es más, el PP, que se autovende como partido neoliberal, es un partido intervencionista que no rebaja los impuestos salvo en campañas electorales donde arriesga los escaños y que se empeña en dirigir la economía con mano de hierro stalinista, tal y como demuestra en el sector energético.

            Ahora, para cerrar la bocaza a todos los ineptos que me han acusado de partidismo y de no ver las miserias de la izquierda española, me ocupo de un partido que ni es socialista ni obrero ni nada. Que se ha encargado de perfeccionar el trasvase de personajes desde lo público hacia lo privado, legislando primero a favor de aquellas empresas en las que luego pasan a ocupar puestos de administración. Que ha desahuciado de manera sistemática a sus votantes a lo largo de sus décadas de gobierno en democracia y que han gestionado de forma irresponsable asuntos cruciales como la burbuja inmobiliaria, la crisis del sector bancario y, exactamente igual que sus vecinos, se han permitido las licencias electorales más bochornosas de los últimos años. Ahora, con la crisis de la socialdemocracia europea incrustada en sus genes, acomete con absoluta perfección lo que sería una obra digna de la vida de los Borgia. Dejándonos en las fauces del enemigo sin posibilidad de huida. Gracias PSOE.

            La crisis de la socialdemocracia no es tal, por cierto. No hay crisis. Hay desvelamiento. Hay toma de conciencia por parte de las clases populares de la desvergüenza de unos dirigentes que parece que no se han dado cuenta de que ya no cuela, que les hemos visto el plumero, que les hemos pillado vendiéndose al capital de manera bochornosa. Por no haber, ya no hay ni un intento de modular un discurso sobre cómo el progreso podría beneficiarnos a todos, tanto a empresas como a ciudadanos, a través de la redistribución de esa generación de renta y de riqueza en donde la socialdemocracia tendría mucho que decir. Ahora lo que tenemos es la inevitabilidad, lo inexorable cerniéndose sobre nosotros, la desesperanza ante los dientes de los insaciables que, una vez que han desmontado toda resistencia posible convirtiéndonos en adictos de su régimen de consumo como fin último de todas las cosas, y ciegos ante las otras, muerden ya sin ningún complejo. La resistencia es inútil y otro modelo no es posible. Y todavía se preguntarán por qué pierden las elecciones. Todo, tanto su tacticismo, como su incapacidad para negociar, como el espectáculo brindado… Todo, además de perjudicar al país, les perjudicará a ellos. Todo indica que estamos ante personajes mediocres incapaces de salvarse incluso a ellos mismos.

 

Alberto Martínez Urueña 5-10-2016

martes, 4 de octubre de 2016

Mediocres. Parte II



            Todo lo dicho anteriormente sería más que suficiente como argumento, pero entonces nos quedaríamos sin mencionar todo lo sucedido este último año. Final apoteósico de esta obra de teatro, donde los actores se están empleando al máximo. Son ya dos elecciones y cada vez está más cerca otra para las Navidades. Un folletín con Mariano haciendo su particular soliloquio en donde interpreta la democracia y sus reglas de acuerdo a sus propios criterios, en donde se niega a rendir cuentas al Parlamento, pasa del Jefe del Estado primero y después, exige contratos de adhesión a sus rivales naturales. Y sus rivales naturales, múltiples como siempre en nuestra dividida y cainita izquierda, con Pedro a la cabeza, incapaces de articular el más mínimo discurso explicativo de nada, sin más argumentos que las soflamas incendiarias de los mítines electorales en donde los aplausos están estratégicamente dirigidos, con mensajes para burros y analfabetos, sin el más mínimo atisbo de profundidad o matiz, salvo el que les permite partirse la cara entre ellos. Todos ellos por último, derechas e izquierdas sobre el escenario, incapaces de negociar un solo punto de ningún tipo, incapaces incluso de la mínima cortesía que tendrías con tus muy odiados cuñados el día de Nochebuena en casa de los suegros comunes.


            Seamos sinceros, no como ellos, incapaces de hablar claro. Bocas perfumadas por el eufemismo más practicado que no puede ocultar el aliento a podredumbre que revela su naturaleza vampírica. En cualquier sistema mínimamente organizado, jerarquizado y estandarizado, hace tiempo que habrían sido cesados. Habrían buscado a tácticos de los de verdad, esos estadistas capaces de arañar cualquier miguilla de la mesa de las negociaciones y batirse el cobre si hace falta con el mismísimo diablo para luego salir sonriendo en la foto sin torcer un ápice el gesto. Mariano, Pedro y sus adláteres, lo verían todos desde la máquina de las fotocopias, donde estarían a jornada completa bien vigilados para que no se lleven los folios a casa.


            En cuestiones de liderazgos, no hablo de dejarlo todo en manos de pirañas de río, capaces de vender a su madre por incrementar su posición de poder dentro de un accionariado. Dentro de lo público y sus liderazgos, como decía en la primera parte del texto, harían falta otros dos puntos. El segundo –mis amigos neoliberales van a frotarse los ojos, pero cuidado con los matices– consistiría en reducir de manera drástica el tamaño de la Administración Pública, pero no de cualquier manera. Con criterios lógicos, económicos, pero también de justicia. Primero definir claramente los objetivos, y después adecuar los mejores criterios económicos a éstos. No hacen falta muchos: sanidad universal, un mercado laboral dinámico, un tejido industrial diverso y competente, pensiones, educación pública de calidad, investigación, infraestructuras… Eliminar de una vez por todas ese lastre que llevamos a cuestas derivado de un aparato obsoleto que bebe de las fuentes conceptuales del estado moderno tal y como se concibió en el siglo dieciocho: diputaciones, ayuntamientos en pueblos de dieciséis habitantes y, por supuesto, duplicidades autonómicas fruto de un título VIII de la Constitución escrito en una noche de desvaríos legislativos en donde más que la sensatez académica, los que debieron de reinar fueron el alcohol, los ácidos y la esquizofrenia histórica.


            Y el tercer punto sería dotar a esta estructura de liderazgos de unos incentivos eficaces para evitar que los dirigentes caigan en la tentación de estar a otras cosas. Si en las empresas hay bonus por objetivos, igualmente un Consejo de Ministros podría verse remunerado en caso de conseguir determinados hitos, como unos marcadores que indicasen un sistema fiscal racional y sencillo, unos porcentajes de paro y de actividad registrada que no fuesen el hazmerreír de la comunidad internacional y sujetar su actividad al control de unos organismos que fuesen verdaderamente independientes, es decir, que lo fueran y lo parecieran.


            La madurez, en las personas, implica en gran medida bajar los pies a la tierra desde los ideales infantiles y adolescentes y, sin perder la identidad que te hayas currado, ver cuál es la mejor manera de llevarla a la práctica. La forma menos traumática de vivir dentro de una sociedad que en gran medida pena las divergencias y las excentricidades. Una sociedad en donde hay que aprender a moverse. La madurez de los sistemas sociales también viene determinada por una evolución desde ideas diversas que conllevan la síntesis de posibles modelos organizativos hacia la mejor manera para ser llevadas a la práctica. La necesaria existencia de líderes y también de gestores obliga al establecimiento de mecanismos y estructuras que permitan su funcionamiento sin que los ciudadanos acabemos siendo rehenes, como lo estamos siendo hoy en día, de personajes de naturaleza mediocre, incapaces de gestionar y de liderar a una sociedad en su conjunto a través de la negociación y el entendimiento, sin crear bandos irreconciliables y cicatrices fratricidas muy difíciles de cerrar.


 


Alberto Martínez Urueña 1-10-2016

lunes, 3 de octubre de 2016

Mediocres. Parte I


            Si abres la página de San Google e introduces la búsqueda de reino, o reinado, y lo acompañas de mediocres, te encuentras con multitud de páginas, ensayos, comentarios de todo tipo, estudios y otros textos de gran variedad y calidad. Fundamentalmente, esto sirve para entender, a éste que os escribe, que la idea no es novedosa, pero no por ello, es menos válida. La Real Academia de la Lengua define mediocre, en su primera acepción, como de calidad media. Pero lo que pone en la segunda, en la que indica que también se puede utilizar para clasificar algo como de poco mérito, tirando a malo, me viene a pelo para explayarme en las siguientes páginas.

            Al margen de la ideología que cada uno tenga, el pragmatismo es un valor a tener en cuenta. Lo dije en uno de mis pasados textos, y sigo defendiéndolo. No es ningún secreto que, si bien mis intereses personales deberían ir encaminados a que me bajasen los impuestos, prefiero la opción contraria y que los menos favorecidos de la sociedad puedan recibir sus ayudas sociales. Imagino que como todos. Según a quien preguntes, esto puede ser un ejercicio de estupidez o un ejemplo de caridad. A cada uno lo suyo. El problema subsiguiente en este sistema es que la inocencia corre el riesgo de romperse y descubrir, oh tragedia, que eso que te gustaría dedicar a la sanidad, la educación, la investigación y el desarrollo y la construcción y mantenimiento de infraestructuras, se lo llevan crudo los asesores, las duplicidades, los cargos de competencias difusas y los coordinadores-de-nada. Eso, sin entrar en los contratos que se adjudican a la baja y luego sufren extraños e imprevistos sobrecostes que disparan el presupuesto hasta el infinito y más allá, las tarjetas opacas de las cajas de ahorro y un sinfín de actividades propias de la fauna y flora ibéricas más representativas.

            Al margen de las ideologías, decía, está la práctica, o dicho de otra manera, la gestión, y es aquí donde entra directo al corazón, como la daga que Bruto le ensartó a Julio César, el adjetivo calificativo que titula mi escrito. Mediocres. Los dirigentes que están al frente de lo público, aquellos que han sido elegidos por sus partidos políticos, los que han subido a base de colegueos, mamandurrías, chupeteos y toda una larga variedad de epítetos dignos de esos reptadores de la escoria. Los últimos en liza, por no retrotraernos demasiado, han demostrado que, además de obedecer a intereses que nada afectan al bien común y los intereses generales del Estado, han realizado una gestión económica, patrimonial y directiva que habría supuesto la quiebra en bloque de cada una de las secciones en que se dividiese cualquier multinacional, incluida su matriz. De hecho, cuando se les ha dejado al cargo de algo parecido, como es el mencionado caso de las cajas de ahorros, han conseguido no ya solamente llevarlas a la quiebra, extremo admisible en el sistema llamado capitalismo, sino que además lo han ejecutado con desvergüenza, delincuencia y soberbia. Las tres Marías. Las Administraciones Públicas no pueden quebrar, pero lo harían en cualquier otro sistema. Han instaurado, como bien creo que demuestran los hechos, el reinado de los mediocres.

            Por eso, por aquello de ser pragmático, cada vez estoy más convencido de que la Administración española, tal y como funciona –y yo, trabajando donde trabajo, conozco un poco el asunto– está condenada al ostracismo económico. Necesitaría, visto desde esta particular perspectiva, de tres puntos que por desgracia creo imposibles de alcanzar. En primer lugar, y esto lo defenderé donde sea, equiparar el salario del Consejo de Ministros a los salarios que perciben los directores y consejeros delegados de las empresas más punteras de nuestro país. Si nos han de dirigir tiburones amantes de la pasta y el lujo, prefiero que lo hagan los más preparados, los que se partirán los cuernos por llegar a esos cargos y permanecer en ellos. Que el señor Presidente del Gobierno gane 78.966,96 euros, y un Ministro 69.671,76 es un río en donde únicamente van a querer pescar los trileros de baja estofa, los estafadores del tocomocho. Así nos va. Si queremos alguien que sea capaz de hacerlo aceptablemente bien, quizá deberíamos estar dispuestos a fichar jugadores de otras ligas.

            Pero ya no es únicamente la cuestión con respecto a los liderazgos en el Consejo de Ministros, que por supuesto. El espectáculo a que nos tienen acostumbrados los partidos políticos en los últimos tiempos tiene que acabar de una vez por todas. La historia del PP, la de los últimos tiempos desde luego, y la de los dudosos primeros también –Naseiro se libró por uno de esos defectos procedimentales que insultan al sentido común, no por su inocencia– se asemeja peligrosamente a lo que podríamos considerar el guion de una película de cine negro. Dirigentes que se salvan porque no aparecen firmando los papeles, y en su lugar, los lugartenientes pagan el pato con cárcel y paseíllo público ante la atónita y ensayada mirada de sus jefes, que no sabían nada. No me consta, decía Cospe. Y la última de los socialistas es de traca. Acostumbrados a un más-difícil-todavía, como si vivieran acomplejados por la falta de atención mediática, más centrada en los peperos, han preparado una fiesta de traición, sangre e incesto digna de los mejores Borgia. Y es que los dirigentes de ambos partidos son dos personas que serían buenas en otras cosas, pero no tienen carisma, les falta discurso, no generan la más mínima empatía, y el entusiasmo de sus filas hace tiempo que merece una muy inspirada necrológica.

 

Alberto Martínez Urueña 1-10-2016