jueves, 28 de abril de 2016

Problemas


            No sé a vosotros, pero a mí esto de las nuevas elecciones me parece más el guion de un espectáculo de Les Luthiers que algo que se aproxime a esa supuesta seriedad de la que alardean nuestros políticos cuando sacan la lengua a pasear fuera de la caverna pestilente que tienen en la parte baja de su pétreo rostro. Por desgracia para mí, por una vez estoy de acuerdo con la patronal española: tal y como decía uno de sus dirigentes, si lo que ha sucedido en las Cortes Generales pasase en una gran empresa, todos los responsables se irían a la puta calle. Punto. Y estoy de acuerdo, siempre que la empresa fuese seria y no ibérica. La patronal también tiene sus letrinas…

            Pero no me voy a poner aquí a insultar a diestro y siniestro a las comadres del Parlamento, a pesar de que se merecen todos los epítetos que me guardo en el tintero. No los diré, además, porque aunque los pensemos todos, al que los escribe le pueden calzar una sanción administrativa de varios miles por el uso, en todo caso correcto, de determinadas palabras recogidas con nombres y apellidos en el diccionario de la RAE. Consecuencias de tener franquistas en el Gobierno de la nación…

            El problema de España no es que nuestros políticos sean una raza digna de estar en una placa de Petri, a ver qué antibiótico hace que se encojan. El problema no está en que la derecha esté plenamente convencida de que ha de velar por nuestra moral y que se sienta obligada a imponer a sangre y fuego su doctrina. El problema no está en que esas izquierdas acomplejadas estén necesitadas de atención, que no sean capaces de organizarse de acuerdo a unos cimientos comunes y que funden reinos de Taifas, cada uno con sus particulares gilipolleces. Nada más lejos de la realidad…

            El problema de la nación española, en primer lugar, es que no existe como noción común a todos los españoles.  Cada uno tiene su idea de lo que es España, y resulta curioso como de una misma cosa surgen tantas versiones antagónicas. Para unos, es hincharse el pecho y gritar con voz grave que está dispuesto a que le pateen los cojones en su nombre. Para otros, es una selección interesada de nociones socioculturales que, según el caso, le hacen brotar una lagrimilla nostálgica cuando sale de viaje por Europa. Pero nadie está dispuesto a aceptar al contrario, por mucho que todos estemos de acuerdo en que como en España, no se come en ningún sitio.

            El problema de España no es que vivamos en tal o cual uso horario, en si preferimos un meridiano, el de más allá o el de la puta que nos parió a todos. El problema es que nos partimos la cara con el que no sea de los nuestros al primer comentario y consideramos una afrenta personal que no nos den por el plato del gusto. Además, es un problema añadido que estamos dispuestos a dormir seis horas al día durante treinta y cinco años, socavando nuestra salud, por cualquiera de los peregrinos motivos que esgrimimos.

            El problema de esta santa tierra es que somos muy bravos, como los toros, y vociferamos en el bar sobre las infecciones sociales que nos traen esos piojosos defraudadores de impuestos, evasores y demás hijos de puta que drenan nuestras arcas públicas y hacen que tengamos que pagar más impuestos mientras ellos se van de rositas. Eso sí, si el que evade impuestos es nuestro club de fútbol nos ciscamos igualmente en la madre que parió a sus dirigentes, pero seguimos pagando el dineral que cuesta el abono, la entrada del día del club y el contrato televisivo con LachorraProducciones para verle desde casa cuando juega en otro campo. Vamos, que a los dirigentes les da exactamente igual que la memoria de sus antepasados esté cubierta de mierda mientras tú pases por caja.

            El problema es que Belen Esteban tiene un bestseller, que todos los que hablan de Cervantes cuando quieren darse brillo no se han leído su obra, que el tomate es basura tendenciosa que revienta las audiencias y que Gran Hermano lleva veinticuatro ediciones. Pero no sólo eso, que es evidente y clama venganza. El problema es que quienes critican a los que se tragan esa ponzoña cultural luego son incapaces de culturizarse ellos mismos, por ejemplo, llenando las plateas de un teatro, porque a ver por qué esos artistas van a forrarse a mi costa con una mierda de libreto.

            El problema no es que Amancio Ortega no pague sus impuestos en España, o que la Telefónica tenga las tarifas más altas de Europa, o que la gasolina suba como la espuma y jamás baje, hagan lo que hagan los precios del petróleo. El problema no es que Mariano nos mienta en campaña y luego nos calce una subida del IRPF nada más aterrizar en La Moncloa, o que luego coja el régimen jurídico que regula las relaciones ciudadanas y nos convierta el país en una república venezolana (por cierto, Venezuela apesta, como todos los países latinoamericanos, si hablamos de sus dirigentes). Tampoco está el problema en que ZP traicionase sistemáticamente todos los preceptos socialdemócratas durante su segundo mandato y pasásemos vergüenza ajena cuando sus hijas aparecieron disfrazadas de Conde Drácula en la Casa Blanca.

            El problema está en que somos un país de bocazas, que nos llenamos las meninges de cicuta hablando de lo cabrones que son todos en cuanto nos calzamos tres cubatas para intentar olvidarnos de nuestra supuesta tragedia de la que nadie es responsable y que estamos dispuestos a partirnos la cara con cualquiera menos con los que nos tocan los cojones. El problema es que cuando llega la hora de ser responsables y de exigirles que paguen a los que realmente nos deben algo, nos encogemos como vulgares cuernos de caracol y volvemos a rendir pleitesía a los hijos de puta que nos están dando por detrás con alevosía y descaro, incapaces de modificar ni una sola coma de un modus vivendi cómodo y borrego que, a los hechos me remito, parece que nos la pone dura, diluyendo nuestra responsabilidad personal en la apatía de la masa. 

Alberto Martínez Urueña 28-04-2016

lunes, 25 de abril de 2016

Pirateando los negocios


            Hace poco, en mi último texto, reflexionaba sobre la capacidad que tiene nuestro sistema occidental –en donde la economía se ha aposentado en el centro del mismo, igual que antes lo hizo dios, después el hombre y posteriormente el astro rey– para vender productos que modifican nuestra forma de vida y generar nuevos problemas que han de ser resueltos mediante la creación de nuevos productos. El maldito laberinto conceptual en que se convierte nuestra existencia gracias a este proceso de generación de necesidades fundamentales. Ayer mismo me quedé contemplando ensimismado una de esos símbolos que supusieron uno de los mayores avances sociales del siglo veinte, y que hoy en día ya es algo anacrónico. Hablo de una cabina telefónica, de las que servían para llamar a casa cuando ibas a llegar tarde el sábado por la noche. Cuando no había teléfonos móviles. Es más, a mediados de siglo veinte, todavía había lugares de nuestro acrisolado Occidente en donde un teléfono propio era casi impensable, algo sólo al alcance de unos pocos capaces de tener un artículo de lujo.

            No estoy en contra del avance tecnológico per se. Todo depende del uso, pero sobre todo, de la esclavitud que genere. Ya se están estudiando casos de personas con síntomas muy parecidos a los de la abstinencia que producen ciertas drogas duras cuando han de prescindir de su teléfono móvil. Además, determinadas secuencias temporales hacen que la estructura chirríe como el cerebro de un neonazi intentando articular una frase compleja. Todavía recuerdo los anuncios que las principales distribuidoras musicales a nivel mundial insertaban en las revistas juveniles a mediados de los años noventa en los que gracias a un aparato grabador y un soporte físico, el DVD, podías grabar tus propios discos con las recopilaciones de las canciones que a ti te gustasen. Como los casetes de toda la vida, pero en digital, sin tener que rebobinar la cinta con el boli bic. Hoy en día, sin embargo, la duplicación de copias protegidas por derechos de autor está penada con multas e incluso con la cárcel, pero nadie se pregunta de dónde surgió el problema. Esto, unido al desarrollo de Internet y el coste casi nulo de la transmisión de datos ha puesto patas arriba una industria, la de los contenidos intelectuales, para la que todavía no se atisba una solución satisfactoria.

            Las posibilidades de negocio surgen al tiempo que las últimas modas, y las grandes compañías y los gurús de los negocios están a ver si pueden sacar un beneficio fácil y rápido. En los años noventa hacíamos deporte con cualquier camiseta de algodón que llegara por casa, corríamos con ellas y las empapábamos sin ningún pudor. Y si tenían algún agujero de polilla… Joder, las llevábamos a correr, no a una cena de gala. Hoy en día, la moda de mantenerse sano hace que la gente pierda el Norte en sobreesfuerzos inhumanos y muchos se tiran al monte, eso sí, convertidos en modelos de Ágata Ruiz de la Prada. Vas echando cuentas y para llenarse de mugre, polvo y tierra de pinar, todo ello sazonado con un par de litros de sudor espeso, llevan encima, contado en euros, el equipamiento básico de un todoterreno de gama media.

            Otra cuestión que se está poniendo cada vez más de moda son las técnicas de meditación, relajación o mindfulness. Atención plena, dice la Wikipedia. Técnicas que vienen de Oriente y su espiritualidad, que también está de moda desde que Cruise se agarrase la catana en El Último Samurái. Hay supuestos expertos forrándose a costa de hacer negocio con el tema, empresas que lo implantan dentro de su sistema empresarial y que permite exprimir a sus empleados gracias al incremento de su concentración, charlatanes que lo venden como la píldora maravillosa para ir por la vida con cara de gilipollas iluminado y que ya nada malo te haga soltar la más mínima lagrimilla. Esta última moda es de las más perversas porque un buen uso de estas técnicas puede otorgar al que pase por la correcta enseñanza un gran tesoro, pero también puede pervertir esa enseñanza y convertirlo todo en otra herramienta de manipulación.

            La esperanza que me queda es que este negocio se les vaya de las manos. A esos sacamuelas que pretenden lucrarse con el vacío existencial que provoca la penúltima moda a la que se haya adherido el interesado. Y de la que quiere desengancharse. Quizá esa moda con que pretenden –nuevamente– sacarnos los cuartos, esas técnicas de meditación y de autoconocimiento, se les descontrole. Podría ser que al mismo tiempo que se aprovecha de las carteras ajenas, esté introduciendo algo en el interior de cada uno de los propietarios. Una especie de caballo de troya, o de un virus informático que encendiese la lucecita interna propia de cada uno, una suficientemente atrayente como para desvelar el engaño que supone ese círculo de insatisfacción-publicidad engañosa-consumo-insatisfacción. Igual que primero nos vendieron los DVDs y después se les fue de las manos con lo de las copias pirata, quizá llegue el día en que la gente empiece a salirse por la tangente del negocio del autodescubrimiento y pirateen, cada uno a su manera, las bases últimas del programa que en definitiva conforma la conciencia. 

Alberto Martínez Urueña 25-04-2016

lunes, 18 de abril de 2016

Hacia dónde


            La economía se podría definir como el arte de crear problemas donde antes no había para generar soluciones que posteriormente se vendan en el mercado, soluciones que, a ser posible, produzcan nuevos problemas que deban ser solucionados por nuevos avances que permitan ir aumentando el círculo de influencia para, de esa forma, crear progresivamente una sociedad en la que las interconexiones sean tan fuertes que no haya manera de deshacer ninguno de estos nudos gordianos.

            Hay un punto en la evolución del hombre en que la naturaleza pasó de ser una más de nuestro grupo social a ser una herramienta de la que sacar partido a través de ecuaciones más o menos complejas de producción en donde ella sería un input o factor de producción cuya productividad habría que maximizar. De esta naturaleza ya pervertida, como si de un truco de magia se tratase, se escindió una de sus partes fundamentales: la encargada de protegerla. Y se trató como si fuese algo apartado, se le denominó factor trabajo, fuerza trabajadora o labor. En definitiva, el hombre.

            El objetivo: la producción de bienes y servicios. Unos para el consumo, convirtiendo a éste en un fin en sí mismo con el que alimentar la maquinaria a través de los ingresos generados por sus ventas. Otros como bienes de equipo o inversión que incorporar directamente al proceso productivo, convertidos en el factor capital.

            Esta subsiguiente producción de bienes y servicios cierra el círculo y convierte el proceso económico capitalista en un fin en sí mismo. Un proceso en teoría pensado para el hombre, para facilitar su vida a través del consumo de bienes y servicios producidos por el sistema, partiendo de la premisa de que el ése es el objetivo del ser humano, su finalidad última: el consumo, identificado tautológicamente con la felicidad. Básicamente, nos dice que la felicidad del hombre viene determinada cualitativamente por una función matemática de utilidad que sintetiza un alma productora de deseos que han de ser satisfechos, deseos que únicamente se sacian a través de tal consumo. Está es la definición que de nosotros hace la economía, convirtiéndonos en un ser conocido como homo economicus, vendiéndonos la falsa sensación de que somos el centro del sistema, cuando en realidad lo único que somos es una herramienta más del mismo al servicio de alguien que no conocemos. Y, ojo, gracias al proceso tecnológico que permite la sustitución de factor trabajo por factor capital, somos una herramienta cada vez más prescindible en términos numéricos. Cada vez le sobran más seres humanos al sistema, y si el equilibrio de precios entre factores nos convierte en el factor más barato, vamos de cabeza hacia un modelo de sistema en que los trabajadores menos cualificados cada vez cobrarán menos y serán más los marginados y excluidos de ese sistema por la vía de la obsolescencia.

            En realidad, el ser humano es en sí mismo un sistema en continuo desequilibrio. Nadie es perfectamente estable, y las pulsiones que nos mueven son evidentes y nos llevan de un lugar a otro, haciéndonos evolucionar. Impidiéndonos esa supuesta estabilidad que la mente, en su espejismo, persigue. El simple paso del tiempo, el envejecimiento, hace que la percepción del mundo que nos rodea sea diferente, y por lo tanto nuestra realidad interna, continuamente cambiante. Y por lo tanto, necesitemos de adaptación constante.

            En esos procesos, podemos mejorarnos o deteriorarnos. No es posible, salvo en cortos periodos de tiempos, permanecer inalterable. Incluso las montañas que parecen eternas sufren la erosión del tiempo. Por desgracia, el camino para mejorarnos requiere de esfuerzo, mientras que el camino que nos deteriora es muy sencillo. Basta con no preocuparse de mejorar para empezar a decaer. Del mismo modo que el globo aerostático necesita de la llama que calienta el aire de su interior y disminuye su densidad para evitar el descenso descontrolado, nosotros necesitamos de impulsos que nos eviten caer en nuestros particulares abismos.

            De alguna manera, hemos de cuidarnos de nosotros mismos, prestarnos la atención que merecemos. Hacernos caso. Por desgracia, esa definición de economía, esa orientación hacia el consumo, ese impulso de satisfacer deseos infinitos mediante el aprovechamiento de recursos escasos nos lleva en la dirección contraria. Retiene nuestra atención en la lucha por esos recursos y en la angustiosa necesidad de satisfacer esos deseos que se nos convierten en necesidades básicas sin que verdaderamente lo sean. Algo sin lo que no sabríamos vivir. O eso nos dicen. Esa definición de economía nos lleva a mirar hacia el exterior y a olvidarnos de nosotros mismos. Y satisfacer esos deseos infinitos no es preocuparnos de nosotros mismos, es hacer caso a los anuncios publicitarios que nos dicen lo que necesitamos para ser felices. Lo que nos dicen otros, no lo que nosotros averiguamos de nosotros mismos cuando nos observamos con detenimiento. Lo de los anuncios publicitarios no es más que otra droga que nos genera un terrible síndrome de abstinencia del que es complicado liberarse.

            El camino para mejorarnos es otro.

            De todas formas, en esta vida, no hay nada que sea blanco o negro. Todo está lleno de tonalidades multicolores, y el blanco y el negro sólo son dos colores con los que se da un contraste u otro al resto de realidades que nos rodean. En unas cosas mejoras, en otras caes un poco. Aunque parezca contradictorio, creo que la sociedad va de culo, pero el ser humano individual nunca tuvo tantas posibilidades para mejorarse como las que tiene hoy en día. Cuando alguien me pregunta sobre las soluciones para los textos apocalípticos que algunas veces escribo, siempre digo que a nivel social, ya hemos descubierto que las grandes revoluciones nunca solucionaron nada. Quizá es el momento de probar otras posibilidades. 

Alberto Martínez Urueña 18-04-2016
 

PD: No estoy en contra de la economía per se. Estoy en contra de que nos joda la existencia, pero como organización del trabajo tiene cierta utilidad.

jueves, 7 de abril de 2016

Las dos ramas del crimen


            Cuando los frikis de la economía nos ponemos a charlar, como solemos hacer mis amigos Alfredo, Franky y yo mismo, y hacemos análisis sesudos sobre tal o cual medida para intentar salvar el mundo, no acabamos de ponernos de acuerdo. Cada cual entiende causas y efectos, motivaciones de los agentes y sus incentivos económicos de una manera o de otra, más neoliberal o más keynesiana. Al final son dos maneras de entender la realidad, y como en cualquier ciencia social que se precie, la respuesta nunca está demasiado clara. Y es que esto no es una ciencia exacta, por mucho que los pseudocientíficos de la Comisión Europea, del Fondo Monetario Internacional o del Banco Mundial pretendan vendernos una verdad unívoca que no existe.

            Sin embargo, cuando estudias en la facultad todas esas ecuaciones maravillosas que funcionan tan bien sobre el papel, ninguna de ellas incluye una problemática específica, o al menos, no las que me explicaron a mí en las clases de teoría económica. Ninguna de esas ecuaciones considera la avaricia desmedida de los poderes fácticos y la detracción de recursos de la economía que provocan con unas acciones tan sencillas como son las de evasión y elusión fiscal a través de los paraísos fiscales.

            Es más, gran cantidad de los debates públicos, desde hace años, tales como los problemas de financiación de la Sanidad, la Educación, los servicios públicos, las pensiones, se basan en la incapacidad del sistema para financiarlos debido al creciente coste que suponen, al envejecimiento de la población, a la falta de crecimiento económico sostenible en el medio y largo plazo, a la crisis de los países emergentes… Y todas las teorizaciones creadas ad hoc intentan explicar esta problemática en base a sesudos estudios repletos de datos recopilados mediante procedimientos estadísticos arduamente elaborados, encuestas, estudios macroeconómicos de medición del PIB que tratan de contarnos cómo el ratio entre ingresos que tenemos y costes que suponen estos servicios cada vez es más desfavorable. Cada universidad con sus expertos y con sus enfoques, por supuesto.

            Y luego resulta que no va de esto. No va de que cada vez haya menos cotizantes a la seguridad social en función del número de jubilados. No va de que cada vez haya más parados en relación con el número de afiliados, ni ratios y correlaciones casuales entre la tasa vegetativa de la población y su relación con el porcentaje de personas mayores de setenta y cinco años. O al menos no va fundamentalmente de esto. No, no, es una cuestión relacionada con los nuevos bucaneros del siglo XXI, o más bien, es la misma cuestión de siempre, la de todos los siglos, la de los que se lo llevan crudo. Y la de los que lo permiten. Esos que crean sistemas fiscales y judiciales llenos de boquetes por la que se van escapando los millones que no se dedican a pagar impuestos y a inversión productiva. Y creando una red de desinformación suficiente que despiste las atenciones para que el tinglado no cante demasiado. No es una cuestión de ideología, como siempre defiendo; tiene más que ver con una estructura criminal con dos ramas, una encargada de llevarse la pasta y otra encargada de crear las estructuras que lo permiten. Y luego se lo reparten, lo mandan a sus cuentas opacas con la que financian sus lujos. Mientras, el discurso oficial argumenta que no pueden subir los impuestos a los ricos porque se llevarían el dinero a otros lugares. Manda huevos… Esto lo hacen sin necesidad de subírselos.

            Y no voy a entrar en los conglomerados de empresas que, de una forma u otra, se relacionan con nuestros dirigentes públicos. Unos tienen participaciones directas en empresas y otros las fundan y después les adjudican contratos; o primero legislan a su favor y después pasan a formar parte de su plantilla, ya sea como consejeros delegados, ya sea como asesores externos. A todos ellos les interesa la existencia de los paraísos fiscales. A todos ellos les beneficia.

            En el año dos mil ocho, con la brutal crisis económica, la caída de Lehman Brothers y los ciudadanos pidiendo cabezas que cortar, los dirigentes mundiales clamaron al cielo contra estos lugares. Igual que durante los siglos XVI y XVII, cuando una de esas ramas de la estructura mafiosa decían perseguir a la otra al tiempo que firmaban patentes de corso a gente de dudosa honorabilidad como el capitán Drake, que tenían sus refugios tanto en el Caribe como bien cerquita de sus reyes, los antiguos políticos. Nada nuevo bajo el sol, salvo que hoy en día nos han vendido la aparente libertad de poder elegir cada cuatro años quién va a ser el encargado de seguir permitiendo que este latrocinio se perpetúe.

            No os preocupéis: la furibunda velocidad mediática sepultará esos papeles de Panamá con la misma eficacia que las canciones del verano se suceden una tras otra inhumando bajo sucesivas capas de mediocridad a la cultura musical de nuestro tiempo. Y nos quedará, dentro de otros tres o cuatro años, que alguien vuelva a descubrir el dorado: una nueva filtración en la que, cambiando el nombre de Panamá por otro distinto, asistiremos anonadados a un listado de nombres y apellidos que aglutine, como ha sucedido esta semana, una desvergüenza contra la que no sabremos cómo luchar.

 

Alberto Martínez Urueña 7-04-2016

lunes, 4 de abril de 2016

Hacia el olvido


            Ni mucho ni poco, o al menos no me encuentro por encima de mis genes castellanos cuando hablamos de agorero, negativo o pesimista. Si hubiera nacido en Cádiz tendría más gracia, y de haberlo hecho en Cataluña sería más pragmático y dispuesto. En Castilla nos hemos llevado ya tantos palos desde aquel imperio en el que no se ponía el sol que hemos aprendido por las bravas que todo cambia, que nada dura eternamente, y que a lo mejor no merece la pena ser tan ambicioso como el amigo anglosajón y su marca blanca, la yanqui. Hemos recibido palos, y los seguimos recibiendo, y asistimos anonadados a los datos sin saber muy bien qué hacer con ellos, cómo reaccionar ante la debacle interna de una tierra que no quería nadie, conquistada por las bravas –o eso dicen– y poblada por la fuerza desde aquellos primeros siglos. Únicamente se quedaron aquellos cuyo carácter estuviera en consonancia con estos inviernos largos y duros, de pueblos aislados, y estos veranos en los que el sol parece querer resecar los cantos de los recatos exánimes.

            Quizá es lo que está detrás de la despoblación que hemos sufrido desde hace décadas, desde la época de Paco y sus huestes, ese tipo chaparro y gracioso –aunque fuera gallego– al que la falta de un huevo le llevó a querer demostrar su hombría a toda costa. Un simple dato sirve para ejemplificar lo que está sucediendo: según datos del INE, en veinticinco años se ha pasado de 468.000 jóvenes menores de treinta años a 286.000 en las capitales de provincia, sobre todo en Valladolid, situación que se puede explicar por el crecimiento del alfoz, pero también por la progresiva huida de estos jóvenes a ciudades en donde las posibilidades económicas fueran reales. Parece que en los últimos años todo queda explicado por la crisis económica, pero esto pasa desde antes del dos mil siete. Unido a la tendencia vegetativa occidental que nos está convirtiendo en una sociedad de personas mayores, nos da una descripción sucinta y somera del verdadero problema al que nos vamos a enfrentar en los años venideros.

            ¿Qué ha sucedido en Castilla para que ocurra esta catástrofe? La debacle del medio rural es evidente: los trabajos del campo están cada vez peor pagados, son ocupaciones eminentemente físicas, duras y sin vacaciones estables, dependientes de un factor aleatorio como es la climatología y establecidas en lugares remotos donde las posibilidades de ocio muchas veces no incluyen ni tan siquiera Internet. El campo es muy bucólico, y a muchos nos gusta dar un paseo por sus caminos de vez en cuando; pero de ahí a sufrir sus incomodidades, va un trecho. Sin embargo, estas condiciones no se dan en las ciudades. Sin lugar a dudas, ninguna de nuestras capitales puede competir en ofertas de ocio con Madrid o Barcelona; pero aquí, el proceso de descomposición ha sido el contrario: la escasez de demanda provocada por el éxodo de jóvenes ha provocado que las ofertas de ocio que una vez fueron hayan dejado de ser rentables, y que además, no surjan otras nuevas.

            ¿A qué obedece este éxodo de jóvenes? Todas las disciplinas que estudian estos factores hablan de lo mismo. Digo todas las disciplinas, y digo todos los expertos, porque aquí cada uno podrá tener su opinión, pero si hay estudios medianamente serios al respecto, prefiero dar a estos una credibilidad superior que a las conversaciones barra de bar o a los discursos electorales. Y la explicación pasa, inicialmente y de manera estructural, por la escasez de ofertas de trabajo que hay en nuestra comunidad. Sin lugar a dudas, el ser humano, y el castellano se precia de serlo, da prioridad a las posibilidades de llenar el buche, el suyo y el de su presente o futura familia, y si en su tierra no le dan para comprar pan, se va a otros lugares donde sí que lo haya. El fenómeno de la inmigración en estado puro, la migración por motivos económicos, la causa de migración por excelencia en la historia de la humanidad, por encima de la provocada por conflictos bélicos. Los pobres se van a donde puedan dejar de serlo. Del campo a las ciudades, y ahora de las ciudades a las macrociudades.

            La verdad es que no sé si esto podría haber tenido solución. Pienso en los poderes públicos de mi comunidad que durante años, decenios, se han estado llenando la boca con las medidas que pretendían adoptar, los recursos con que las iban a dotar, las facilidades para crear o establecer nuevas empresas, las ayudas públicas, subvenciones y demás gabelas… Todos los anuncios publicitarios que, como en muchas ocasiones en política y en esta comunidad, se quedaron en baba bendita que escupir en periodos electorales. Nuestros presidentes usaron a la Junta de Castilla y León para dar el gran salto a Madrid, o directamente negaron el problema hasta que hacerlo ha sido ya motivo de bochorno. Y más anuncios. Y más medidas.

            Por eso, lo siento, pero cuando me hablan del lío institucional del Estado con lo de las Autonomías, ahora de actualidad con lo de Cataluña y el centralismo de Madrid, me sale una sonrisa de origen dudoso al ver como en esta comunidad –y en otras– abandonada por los poderes públicos de la tierra, y también por los que gobiernan los designios comunes de esta nación hay quien toma algún partido en esta guerra. Ya os digo de antemano que ni los unos ni los otros conseguirán tenerme en su bando, y esto no es ni falta de patriotismo ni falta de convicción en la defensa de las libertades, las que sean. Sólo es que me entristezco al ver las calles de mi ciudad cada vez más vacías, y más olvidadas. No sé si con la participación de esos políticos y sus adláteres que me reclaman atención y patriotismo hubiéramos logrado algo diferente a la triste estampa que somos, pero está claro que con su desidia, han logrado que ni siquiera nos mencionen en los noticiarios nacionales.

 

Alberto Martínez Urueña 04-04-2016

viernes, 1 de abril de 2016

Un nuevo incumplimiento, una nueva mentira


            Al margen de que la gestión económica del gobierno de Mariano se pueda considerar mejor o peor –algunos la consideramos nefasta–, cuando les pillas en un renuncio de esos que destapa la maldita hemeroteca, se te queda un sabor en el paladar así como bastante dulce. Sabor a sangre de mentiroso. Es curioso como vaticinábamos algunos, los listillos, que cuando llegasen las elecciones generales, unas en las que al partido popular le iban a llover hostias hasta en el velo del paladar, ese ejecutivo supuestamente tan serio del barbas iba a caer en la tentación de enredarlo todo con las tácticas habituales. A saber, repartir regalos, concesiones y prebendas para intentar evitar el éxodo masivo de sus votantes. En definitiva, aumento del gasto público, el gran enemigo de la economía neoliberal que tanto les gusta. Y todo empezó en Agosto.

            A mediados de mes, se sacaban la Ley de Presupuestos Generales de Estado en base a unas previsiones de ingresos que imagino se habrían elaborado con gran alegría, contraviniendo además legislaciones, costumbres y tradiciones democráticas en aras de esa supuesta responsabilidad, adelantando los plazos por si acaso y siendo el único ejecutivo de la historia en aprobar cinco proyectos, no cuatro. La Unión Europea, siempre meliflua como un Lord inglés de la época victoriana, sin torcer un ápice el rictus, indicó que quizá esas cuentas no se ajustaban a la realidad de la economía española. Pero claro, eso a Mariano, gran capitán de la nao española, se la trajo al pairo. Si ganaban las elecciones, ya lo modificarían, y si no –como indicaban todas las encuestas–, le tocarían bien tocados los cojones al gobierno que llegase para sustituirles. Toda una demostración del gran estadista que es, pero sobre todo, de su cacareada seriedad. Gracias, Mariano.

            En Enero, Luis –no el Tesorero, sino el Ministro de Economía–, razonaba con esa flema que le caracteriza de experto en macroeconomía, finanzas y cualquier otra cosa que el ritmo de decrecimiento de los índices asociados al gasto público en relación con el crecimiento de la economía española –el déficil, Luis, el déficit– se vería beneficiado por los claros síntomas de fortalecimiento de los indicadores macroestadísticos que los expertos del Ministerio manejaban. Todo, a pesar de que el IPC caía y sigue cayendo, de la inestabilidad bursátil internacional, de la debacle de los países emergentes, del consumo de petróleo en caída, de los países árabes revueltos…

            Y llegamos a este momento, a este ahora. Ahora, el Partido Popular echa la culpa al resto de no poder formar gobierno cuando ha estado cuatro largos, larguísimos años despreciando a todos aquellos que no le habíamos votado pero para quienes también debía gobernar. Antes no quería saber de nadie, pero ahora, los nadies hemos de tenerle en cuenta porque es un partido serio, demócrata y responsable. Ahora, ofendido hasta la médula por los escandalazos de corrupción que preñan sus entrañas, se quiere hacer pasar por el adalid de la transparencia y la regeneración, cuando los cálculos que se hacen sobre lo que nos ha robado exceden con mucho lo que nos van a pedir desde las instituciones europeas.

            Y es que a este partido popular, el de Mariano, cualquiera podría llamarle muchas cosas, entre otras, populista. Sobre todo si nos atenemos a la propia definición que ellos mismos hacen del término: promesas electorales de ciencia ficción que luego se diluyen en el tiempo por ser imposibles de llevar a cabo. Eso, sin entrar en otras costumbres de ese tipo de gobiernos: legislaciones ad hoc como la de seguridad ciudadana, la Ley Mordaza, la de Justicia Universal, o la utilización descarada y bochornosa de los medios de comunicación que son de todos, los públicos. Todo esto, sin necesidad de mencionar torsión torticera de los datos para negar lo evidente, como que durante su mandato, la miseria en nuestro país ha aumentado hasta límites insoportables en cualquier país civilizado. No puedo dejar de mencionar en mi alegato esa especie de golpe de Estado perpetrado por este gobierno que, por muy en funciones que se encuentre, se niega a dar explicaciones a las Cámaras Legislativas en donde reside la soberanía popular democráticamente elegida, retorciendo la dialéctica como cualquier buen dictador africano ante los atónitos ojos de toda persona medianamente sensata. Empuercando nuevamente la marca España.

            Por supuesto, el ejemplo que nos ocupa. Porque ahora, el déficit se les ha ido de las manos. Un puntito entero. Más o menos como los últimos cuatro años, con los objetivos de déficit incumplidos de manera sistemática. Eso sí, primero por culpa de ZP y ahora por las Comunidades Autónomas. Siempre hubo niños y tontos para cargar con la culpa… Pergeñados cada uno de los cuatro incumplimientos con la salsa apropiada de mentiras para que algunos, no todos, dirigieran semejante trago.

            Sólo tengo una petición para este Gobierno y para Mariano, y es que se larguen. No les pido ni siquiera que admitan nada, pero que se vayan. Que llegue alguien honesto de su partido y lo limpie, y que empiecen a funcionar con una mínima decencia, en favor de los ciudadanos y no de sus amiguetes, porque hay millones de españoles, unos que les votan legítimamente, y otros muchos que necesitamos de su concurso, para hacer un país, de una vez por todas, a gusto de todos y que permita a españoles de diversas ideologías vivir de una santa vez, dentro de sus divergencias, en paz.

 

Alberto Martínez Urueña 01-04-2016