miércoles, 20 de agosto de 2014

La división del trabajo

 
            Ya de vuelta de vacaciones, retorno al proceloso océano de las letras y las frases con renovados ímpetus, aunque, por desgracia, con temáticas más o menos parecidas si hablamos de actualidad. Por suerte, las nuevas obligaciones familiares más un cambio tecnológico que me aleja de la constante audición de la radio quizá consigan evitar la saturación que he podido sufrir en otros momentos.
            He aprovechado, por otro lado, al margen de hacer una visita al Norte de Iberia, para repasar un poco el baúl de ideas que han provocado verdaderas comezones en mis sinapsis neuronales. Una especie de compilación de ideas que, después de seis años y pico de sangría económica y social, creo necesaria para que no se nos olvide lo importante en este tsunami informativo que deviene en obsoletas las noticias de un día para otro.
            Si miramos con una cierta distancia y retrospectiva a la gran cantidad de insultos que hemos sufrido la ciudadanía en estos años de debacle económica, contando con todos los desfalcos, prevaricaciones, fraudes y robos a los que hemos asistido anonadados, particularmente el que más me ha “gustado” ha sido el de que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades. Al margen de que esa frase aplicada al cincuentaytantos porciento de jóvenes parados que no tienen manera de independizarse es completamente espuria, me atrevo a afirmar que resulta igualmente indignante imputársela a la mayoría de las personas que sufren la tiranía de los mercados –eufemismo detrás del que se esconden los hijos de puta que nos roban.
            Veréis. Hace unos años me compré un coche, y me imagino que alguno de vosotros habrá hecho lo mismo en algún momento de su vida. Puedo suponer, y si no que me responda el susodicho (Yolanda, tú no vales), que a nadie se le ocurrió acercarse  a la cadena de montaje donde ensamblaron el vehículo para comprobar que los criterios de calidad y seguridad que se consideran necesarios para un correcto funcionamiento eran aplicados de manera estricta. Así mismo, ninguno de nosotros va a las fábricas envasadoras de alimentos para contrastar que el ambiente esterilizado que la normativa europea impone se cumple a rajatabla. Tampoco conozco a nadie que solicite auditorías que contrasten la correcta instalación del cableado de alta tensión de la red eléctrica española que pase por la carretera por la que pretende circular en su periplo vacacional. La cuestión es que en este mundo complicado, globalizado y estandarizado no nos queda más remedio que fiarnos de la correcta división, formación y asignación del trabajo y de que éste va a estar más o menos bien hecho. Yo, por lo menos, no espero encontrarme piedras dentro de la barra de pan que compro en la panadería.
            Sin embargo, hay quien nos quiere hacer creer que estas conclusiones que nos parecen tan lógicas en la mayoría de los campos no son extrapolables a la organización económica en la vivimos. Al parecer, según el perverso argumento utilizado por determinados imbéciles de traje oscuro y corbata tiesa, una persona con estudios básicos suficientes para poder desempeñar un trabajo digno en una obra, tiene que ser inexcusablemente experto en finanzas, erudito analista de las tendencias a medio y largo plazo de las variables macroeconómicas y amplio conocedor de los entresijos de los mercados interbancarios. Igualmente, debe conocer la extensa normativa que regula los mercados hipotecarios, así como haberse leído los anaqueles que pueblan las bibliotecas de las facultades de económicas, al menos, de su país y haber sacado las oportunas conclusiones. Cualquiera de nosotros teníamos que haber sabido, además, de análisis de riesgos de activos y pasivos financieros y de los criterios para la toma de decisiones en la concesión de préstamos de las entidades bancarias. También habríamos de estudiar por las tardes todo lo necesario para entender que el apalancamiento de los balances de las principales cajas de ahorros de nuestro país, así como de las Administraciones Públicas era excesivo. Es más, habríamos tenido que sospechar que los principales organismos de control de nuestro país eran, cuando menos, ignorantes de la que se nos veía encima, y que las declaraciones del Ministro de Economía, Rodrigo Rato, en el año dos mil tres, afirmando que era mentira que hubiera una burbuja inmobiliaria no eran acertadas. Bueno, en realidad, lo de que nuestros dirigentes son todo eso que hemos comentado alguna vez con nuestros familiares y amigos ya lo sabíamos de antes, pero no sabíamos muy bien el porqué.
            Lo siento, pero esta dialéctica huele como . Y aunque en España todos somos expertos seleccionadores nacionales, médicos, maestros, politólogos… herencia recibida de tanto tertuliano que igual vale para un roto que para un descosido, me niego a cargar mis hombros y los de mis conciudadanos con la pesada losa de esta crisis sistémica. Son aquellos con verdadera capacidad de decisión así como con los suficientes conocimientos técnicos –o asesores bien pagados– los únicos responsables de habernos engañado sobre la auténtica situación económica que estábamos viviendo. Y los demás somos sus víctimas.
 
Alberto Martínez Urueña 20-08-2014