lunes, 28 de mayo de 2012

Lo son todos


            Que levante la mano el que pueda explicármelo de una forma contraria. No me valen aquellos que depositen su confianza ciega en ellos, porque por cada argumento dado, existen otros tres o cuatro distintos. Aquellos que me sigan en feisbuk, por ejemplo, saben que tengo la necia costumbre de leerme los artículos que escriben los miembros de la Fundación de Estudios de Economía Aplicada, y los tortazos que reparten son dignos de la sutileza de los Borgia y de la contundencia de Bud Spencer. Así que entremos al trapo.
            Que alguien me explique cómo puede ser que nuestro sector financiero jugase en la champions y ahora tengamos que recurrir a evaluadores expertos independientes para que tiren de una puta vez de la manta y digan lo que hay en los balances de los bancos.
            Que se me razone, si no es molestia, cómo puede ser que una entidad diga primero trescientos positivos, después tres mil negativos, y no haya una voz razonable en nuestro sistema político representativo, ni una investigación, ni la aplicación de delito contable nadie en base a semejante desviación en las cuentas.
            Que alguien me diga de manera razonada por qué las premisas electorales en base a las que se votó a esa indigencia mental con barbas dejaron de tener ningún tipo de validez antes de los seis meses de mandato.
            Si le place a quien sea, que me indique los motivos por los que las desviaciones del déficit público tienen distinto rasero según quien sea el que los cometa.
            Si no es demasiada molestia, me gustaría entender los motivos que llevaron a una señora a proponer a otro señor para dirigir una entidad financiera y cuando éste la lleva a la ruina (por eso hay que meter pasta pública), ni la señora responde algo coherente cuando se la pregunta y el otro se enchufa diez millones de euros (mil seiscientos sesenta y seis millones trescientas ochenta y seis mil pesetas de las de antes).
            Por favor, y esto es importante: ¿qué sentido tiene que tengamos dirigentes en Europa, y en lo que a nosotros nos concierne, que previamente formaron parte de los órganos de responsabilidad de las empresas que nos llevaron a la crisis, o que colapsaron en ella como el Titanic?
            Más aún: cuando dirigentes políticos que llevan decenios en el cargo hablan de que se ha acabado la época del despilfarro de dinero público, ¿hasta dónde les atañe la responsabilidad por su obvia participación en ese mencionado periodo en donde derrocharon dinero que no era suyo?
            Muy importante al respecto de aquello de que todos tenemos parte de culpa: si el ochenta por ciento de la riqueza de este país está en manos de menos de mil personas, si el setenta y tantos por ciento de fraude fiscal es responsabilidad de las grandes empresas, si el volumen de negocio de los mercados especulativos es diez veces superior al de la economía real, y otra serie de frases que denotan que no contamos una mierda, ¿qué porcentaje de culpa tienen esas personas normales y corrientes, como tú y como yo, cuando pidieron una hipoteca, hicieron una pequeña inversión, montaron una pequeña tienda?
            Hilando con lo anterior: ¿la asimetría en la información de los mercados, de los conceptos económicos, de la composición de los instrumentos financieros, de las decisiones tomadas en los más altos consejos de dirección de las empresas y de los gobiernos de los países, es o no suficiente para que carguemos con el muerto los que no tenemos nada que ver en ello? Es decir, la mayoría de las personas no saben lo que es el Euribor: ¿son responsables de que una subida suponga un encarecimiento de las posibilidades de endeudamiento de una pyme que despide a diez trabajadores por ello?
            Los propios jóvenes españoles con una licenciatura como mínimo, inglés chapurreado, víctimas de un sistema educativo más voluble que un adolescente puesto de coca, traicionados por un sistema consumista que exige consumir y al mismo tiempo sacar una carrera a curso por año, ¿son responsables de una dualidad en el mercado de trabajo?
            No sé si vais pillando la idea. Hay una serie de cuestiones que nunca se resuelven, que no tienen que ver con el paro, con la deuda, con si llegamos a fin de mes o con si los niños pueden estudiar o han de ponerse a currar como nuestros abuelos. O quizá sí tengan que ver, pero de manera indirecta. Hay una serie de cuestiones que explican la podredumbre de la estructura sobre la que se asienta todo lo demás, y que mientras no se resuelvan, a lo demás como mucho se le pondrán parches. No tenemos líderes a la altura, o quizá no tenemos ciudadanía de altura. Por ejemplo, una de las grandes demandas sociales queda demostrada si hablamos de que nuestros políticos son incapaces de ponerse de acuerdo en las directrices para hacer de nuestro sistema educativo un sistema competente y realmente útil.
            Así, quien pueda, que me lo explique. Y el que no pueda, el que se rebote conmigo cual balón de playa y estas cosas le pongan más negro que un pozo de petróleo, que se sobreponga a esta barbarie de sistema y empiece a ser crítico con esos bucaneros que nos dirigen. Y que no dé la razón a unos para evitar que la tengan los otros que pueda considerar sus enemigos, porque en realidad, de momento han demostrado serlo todos.

Alberto Martínez Urueña 28-05-2012

jueves, 10 de mayo de 2012

Envidiosos


            Hasta cierto punto entiendo las suspicacias que generamos. Es lógico, sobre todo, cuando nos comparamos con ellos. Nosotros les envidiamos por el dinero; ellos nos envidian por todo lo demás. No quiero entrar en frases fáciles y sé que ya por este primer párrafo merecería que cinco millones seiscientos mil parados me ahorcasen en la Plaza Mayor de Valladolid al ritmo de un tema de pitbull, sólo por tocarme la bisectriz por semejante payasada. Lo único que, como siempre, espero es que se me permita explicarme hasta el final de este texto.
            Una de las principales consecuencias de toda esta crisis que vivimos, además de las evidentes de la economía, tiene que ver con el propio autoconcepto que tenemos como pueblo. No hablo de la fidelidad al trapo y a Juan Carlos y sus correrías. Esa fidelidad de chucho cazador se la dejo a quien la quiera; las ideas arcaicas legitimadas por hechos históricos de hace ocho siglos de los cuales dudo de la mayoría no me van a hacer sentir ninguna afinidad por nadie, y tampoco por un trozo de tela rojigualda con una corona y un escudo en el centro. Cuando hablo del autoconcepto me refiero a otra noción algo más vetusta, por antigua, pero mucho más vigente por pragmática. Dicen por ahí que somos europeos, y eso es totalmente cierto, o al menos eso dicen las fronteras.
            Sin embargo, y esto le pasa a más de uno, si tuviera que definirme como algo, y teniendo en cuenta que mi patriotismo acaba en mi familia y ciertos amigos, podría considerarme mediterráneo. Desde luego, no soy germánico, ni de Bretaña; qué decir que no soy nórdico, ni mucho menos ruso; y si ahora me enterase de que me parezco a un anglosajón estirado, me abría las venas. Quizá algo más parecido, por lo que se rumorea, con los escoceses e irlandeses por parte gallega, pero poco más. Tengo bastante más parecido con los italianos y los griegos, y por lo que cuentan, de los yugoslavos tampoco estoy tan alejado.
            No conozco Marruecos, Libia, Túnez ni ese largo etcétera que estados y tribus que pueblan el Norte de África, pero sí conozco a personas que se lo han recorrido hace no mucho y que además tienen suficientes años y memoria como para acordarse de lo que era España hace menos de cincuenta años (hay algunos reyezuelos de postín que se creen que meamos colonia occidental y modernista desde la eternidad), y por lo que cuentan, lo siento para el que le duela, nos parecemos bastante más a esos que a los bigardos alemanes que vienen a trasquilarse los botellines de cerveza por docenas a nuestras playas y a nuestros chiringuitos.
            Lo que no entiendo es por qué queremos parecernos a esos sujetos que andan a paso de ganso y que no han sabido organizarse en sociedad (lo hacían muy bien si se traba de clanes y familias) hasta el siglo diecinueve, por muy bien que parezca desde aquí que les va en estos momentos. ¿Qué crecen más que nosotros? Me parece estupendo, pero vamos a desmontar un poco el mito.
            Alemania, la locomotora de Europa, no se permite hacerse a sí misma una serie de preguntas. ¿Ha cumplido los criterios de convergencia en algún momento? ¿Tiene más o menos deuda y sector públicos que los mediterráneos? Pero más allá de eso, ¿qué tiene que decir de los minitrabajos, de las pensiones paupérrimas, de las capas de pobreza, de la exclusión social de ciertas minorías? En Berlín, al uso de Río de Janeiro, México DF o alguna otra capital de América, tienen hasta taxis-pirata.
            Francia, la cuna del chovinismo y de la mantequilla, con su gordo sector público ampliamente superior al de cualquiera de nuestros países y su deuda pública peligrando. Hasta hace poco tenían fama de ser un poco altivos y los que no… eran mediterráneos.
            Los países nórdicos, con su envidiado Estado del Bienestar y su tasa de suicidios, la más alta de todo el mundo junto con algunos como EEUU o Canadá.
            Podría seguir con otros países, pero para qué si ya lo habéis pillado y tendréis la opinión de por dónde van los tiros. España… bueno, el Mediterráneo en general, no tiene nada de eso que decimos; quizá tenemos una picaresca y unas ganas locas de defraudar a Hacienda, justificamos al político al que hemos votado aunque le pillen con el cuchillo de la mano y todavía clavado en el pecho del muerto, nos emborrachamos como nadie… Pero, joder, estamos repletos de vitalidad, de ganas de vivir, de aprovechar, de salir a la calle con cualquier escusa para dar una vuelta con nuestros amigos… A pesar de lo que dicen los nostálgicos y los pesimistas, no suele faltar gente con que poder contar y cuando hay un problema levantas el teléfono, llamas a tu amigo del alma y te curas la depresión a base de cañas y tapas.
            Dicen allí en Centroeuropa, en el FMI, el BCE, el BEI y los HDLGP envidiosos que campan por otros lugares que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades. Joder, cómo para no con la gente que puebla las costas de este mar viejo y sabio: lo llevamos haciendo más de veinte siglos, y nunca nos ha hecho falta la economía para llevarlo a cabo. Hacían falta una mesa, un trozo de queso, unas rodajas de chorizo y una buena botella de vino. Y un mediterráneo como tú y como yo para compartirlo.

Alberto Martínez Urueña 9-05-2012

jueves, 3 de mayo de 2012

La responsabilidad del engañado

Andaba yo queriendo desde hace ya tiempo. Queriendo y no pudiendo, que dicen que es lo peor que te puede pasar en esta vida. Depende del motivo, claro. En mi caso consiste en querer hablar de política (la que se practica, no la teórica definida hace siglos en Grecia, que creo necesaria) y ponerla a caer de un burro, mediante una comparación sencilla derivada de la utilización en la misma de técnicas de imagen y de mercadotecnia. Dos ramas que consisten, la primera, en vender un continente maravilloso aunque el contenido esté echado a perder, y, la segunda, en utilizar las herramientas de motivación y manipulación necesarias para vender lo que sea y a quien sea, como por ejemplo, un frigorífico a un inuit del ártico.


Pero ojo, estas dos ramas que utilizan en todas y cada una de las apariciones públicas que hacen nuestros políticos tienen un aspecto perverso que nos salpica y nos llena de fango a los ciudadanos. Las técnicas de imagen lo único que hacen es estudiar el comportamiento humano y sus reacciones a determinados estímulos; esto supone, poniendo un ejemplo grotesco y que no pretende ser cierto, que preferimos a un mentiroso bien vestido que a un andrajoso que dice la verdad. Los propios charlatanes de feria sabían bien que debían aparecer ante su público con un aspecto sanote y presentable, o de lo contrario, sus circunloquios y silogismos replicados a toda velocidad para evitar que nadie se centrase en el detalle no surtirían el efecto deseado. La idea, queda claro, era que quedasen deslumbrados por los fastos externos en lugar de cribar la información que estaban recibiendo para evitar caer en el engaño. La segunda de las técnicas, la de la mercadotecnia, conocida también por su vocablo en el impío idioma sajón como marketing, se basa en hacer estudios de distintos segmentos poblacionales filtrados según distintos criterios para averiguar cuáles son sus deseos y de esta manera fabricar productos que satisfagan aquéllos.

Unidas artimañas de la imagen con la mercadotecnia, y conjuntados por las oscuras artes de la manipulación, siempre tentadora, conseguimos un engendro ampliamente conocido, como son las necesidades “creadas”; esas necesidades que hace dos días no teníamos ni nos planteábamos, pero que vendidas con el suficiente arte por parte del experto, nos pueden llegar a convertir en auténticos “drogodependientes” de ciertas sustancias, como indican los estudios realizados a determinadas capas sociales, como los adolescentes, con respecto a algunos artilugios tecnológicos.

Creo firmemente que la política se mueve de acuerdo a los mismos y exactos criterios que los anteriormente expuestos, y lo defiendo. Los partidos políticos, moviéndose en una nube de indefinida ideología, establecen como principal objetivo de sus actuaciones maximizar el número de votos en unas elecciones, y en base a ese objetivo mueven todo su aparato organizativo para conseguir tales fines. Hasta aquí no habría demasiado problema, salvo que se tendrían que fijar unos objetivos ideológicos y desde ahí, convencer a sus votantes. Creo, por el contrario, que lo que hacen es observar primero a ver qué es de lo que se habla en la calle para luego utilizar sus herramientas de venta con el fin de hacernos creer que ellos persiguen lo mismo, utilizando esa nube indeterminada de ideología dentro de los márgenes razonables. Parece lo mismo, pero la dirección es diametralmente opuesta. Y además, concurre un problema añadido: está asumido que en campaña electoral se puede decir cualquier cosa para convencer, sin quedar luego moralmente obligados a cumplirlo; y se escudan en factores exógenos a ellos para hacer y deshacer realmente a su antojo, según sus propios intereses. Dentro de estos intereses estaría uno fundamental, y es atraer a los inversores necesarios para realizar sus costosísimas campañas electorales; del mismo modo que en una empresa un accionista invierte su dinero en el funcionamiento de ésta y luego exige un dividendo, de la misma manera se encontrarían obligados los partidos políticos para con sus “accionistas”: a pagar sus retribuciones a modo de favores de toda índole, quedando subyugados a un plano inferior las promesas electorales realizadas en campaña.

Por estos motivos, y por otros muchos que podría desgranar aquí, no creo en ninguno de los partidos políticos, y lo razono en función de las auténticas motivaciones que creo que siguen y la forma en la que estructuran sus prioridades. Así pues, os ofrezco un razonamiento que creo suficientemente sustentado para dos cosas fundamentales: exigir a los partidos políticos mucho más de lo que ahora hacemos, mediante la herramienta del voto, huyendo de fidelidades absurdas cuando nos jugamos cosas mucho más importantes; y también filtrar todas y cada una de las frases que sueltan en los medios, por aquello de que “todo lo que dicen es mentira”. Y todo esto también por otro motivo: si los políticos hacen lo que hacen, en base a su intento de conseguir nuestros votos, es porque de la manera en que lo están haciendo lo consiguen. Y ésta sí que es una auténtica responsabilidad personal y social de cada uno: saber que es lo que queremos en lugar de dejar que sean ellos quienes nos lo “introduzcan”.



Alberto Martínez Urueña 3-05-2012