martes, 24 de noviembre de 2009

La libertad

Me proponía, y llevo un rato ante el ordenador, hablar sobre la libertad y sus bonanzas. Claro, hay veces que la estupidez me puede y trato de revelaros el sumsum corda de la estructura mental correcta: supongo que los errores que cometemos se repiten de forma reiterada día tras día, aunque intentemos corregirlos. Porque hablar de la libertad, no en un intento de definirla (que definiciones las hay a patadas desde hace miles de años) sino en el sentido de hablar de sus bondades y beneficios para el que la intenta alcanzar resulta un poco tonto, al margen de intentar dármelas de listo. Los beneficios cualquiera los conoce.

Sería una cuestión en la que más de uno me diría que si me creo mejor que los demás, y no pretendo saber más que otros bajo ningún concepto, ni mucho menos creérmelo: yo sólo opino, no me dedico a mirar al resto con tanto detenimiento como para analizar quien sabe más de los dos. Aparte que a una persona racional y adulta, con los conocimientos a los que tenemos alcance en este mundo avanzado, tecnológico y superglamuroso, no se le ocurriría hacer algo que fuese en contra suya. Hombre, algún día de esos en los que estás un poco hasta los huevos, quizá sí, pero no por sistema. ¿O acaso conocemos algún supuesto en que, por poner un ejemplo algo burdo, de manera sistemática alguien se envenene con sustancias que son nocivas para su cuerpo y para su salud mental? Pues igualmente, no se me ocurriría argumentar en los que alguien arriesgase la libertad cuando todo el mundo sabe lo importante que ésta es.

Hombre, habrá alguno que diga que las reglas están para saltárselas, y estoy con él desde el primer momento. No en vano, la aplicación de normas de manera estricta es más propia de ordenadores que de humanos y desde luego no seré yo el que diga que está mal, de vez en cuando disfrutar de un buen vinito (a ser posible Ribera, que es mi tierra) o de un copazo por su sitio. La vida hay que disfrutarla siempre.

Pero claro, llegar hasta el punto de que haya cosas sin relevancia real que te hagan perder la calma, y por tanto la libertad de no ser esclavo de las circunstancias que te rodean… Eso ya son palabras mayores. Bueno, quizá sea complicado aquello de quedarte sin batería y tener que hacer una llamada telefónica para contarle a alguien las cosas que te van pasando; porque claro, si llega Borjamari y le guiña el ojo, por ejemplo a Pitusa, pues comprendo la sensación de ansiedad que se puede producir a la tal Pitusa si no se lo cuenta ipso facto a todas y cada una de sus amigas. Y si a final de mes la factura del móvil (convenientemente pagada a cargo de la cuenta de papá) no asciende a más de ciento veinte o ciento cincuenta euros, no es demasiado excesivo: no vamos a dejar que la racanería no nos permita ser libre de gastarnos lo que nos apetezca.

Como veis, pongo ejemplos en los que, claro, aunque tengas que privarte un poco de esa tan ansiada y laureada libertad, no pasa nada por saltar a la comba sobre las normas con las que de manera más o menos racional nos llenamos la bocaza cuando criticamos como auténticas hienas del Serengueti a quienes las cometen. Hay que entender que la necesidad es la necesidad.

Luego, pues bueno, un poco de ansiedad tampoco es tan nefasta. Cuando falla el móvil, siempre puedes ir mirando a la gente por la calle con cara de pitbull cabreado para paliar un poco el síndrome de abstinencia, y aquellos con los que te cruces han de entender que días malos los tenemos todos. O que te falla Internet y no puedes hablar con los amigos por alguna red social de mierda de esas en las que te ponen la foto en la que sales con cara de gili y a todo el mundo le hace gracia, y demuestras lo estupendo que eres cuando vas como una burra. Aquí, el síndrome de abstinencia está más justificado, porque durante unas horas no podrás comunicarte con tus trescientos amigos del alma que lloran tu ausencia en la red. Entiendo que la criatura que se vea en la situación camine por casa como un búfalo (hoy va de fieras). No en vano, aquí no estás ofreciendo tu libertad: ser esclavo de las artimañas de Timofónica cabrea a cualquiera y exculparía cualquier asesinato. Lo de ser esclavo de tus impulsos es irrelevante.

La libertad. Ya lo decía Mel Gibson en Braveheart: nadie podría quitársela, y eso se lo aplican muchos; aunque gritan algo menos, y desde luego no arriesgan nada, porque a fin de cuentas, como hoy puede salir cualquiera como yo a decir cuatro sandeces en un texto, no pasa nada más. Las empresas multinacionales crean opinión, necesidades, hacen estudios para ver cómo manipularnos, y dicen que ese es el precio de esta prosperidad de mierda en la que nos sumergimos con nuestra complacencia. El hecho de que la diversidad de pensamiento se pierda, y sólo valga lo que te dicen que tiene que valer son efectos colaterales de un bien mayor; y que los adolescentes crezcan pensando que eso que les ofrece la televisión en series como Física o química (o como cojones se llame el engendro) es la realidad no les importa: los niños gordos han de ser objeto de risa, los raros han de ser marginados y sólo los guapos, deportistas y con ropa de marca tienen derecho a una vida aceptable: ellos marcan los límites de la elección y los demás han de tragar por el bien de todos (no sé qué todos). Hay una cosa que me da bastante miedo, y es el fascismo ideológico, pues el primer camino para justificar atrocidades.

Pero ojo, que esto sólo es un desbarre por mi parte, que como decía al principio, todos sabemos perfectamente las virtudes y ventajas de intentar ser lo más libre que se pueda, y no se me ocurriría a mí poner en tela de juicio el juicioso entendimiento de la gente que lucha a brazo partido para que no le hagan tragar. Todos sabemos lo que conviene, y no vamos a dejar a esas aves de rapiña que quieren nuestra alma apoderarse de ella por las buenas. Qué tontería, ¿no?

Alberto Martínez Urueña 23-11-2009

jueves, 12 de noviembre de 2009

La memoria retroactiva

No deja de resultar una de las cosas que más ha conseguido maravillarme en estos veintinueve años tan inocentemente llevados. Es como si descubrieses una y otra vez que los niños no vienen en puente aéreo desde París, que los Reyes Magos no son tres, si no dos (aprovecho para decir que odio a Papá Noel, una vez más) (compruébese el tono metafórico), o que el tío que hay al otro lado de la televisión no te puede observar también a ti. No en vano, antes o después nos damos cuenta de que esas cosas no son malas de descubrir, pues lo del tema de los niños deviene en algo más divertido, lo de los Reyes Magos te acerca con los años un poco más a tus padres y lo de la televisión en determinadas circunstancias y programas viene bastante bien. Al tema que me refiero en estos momentos es hasta dónde puede llegar el olvido y el autoengaño humano que, si lo asemejamos un poco con la estupidez equina atribuida a las personas, sabemos por Einstein que es infinita.

La cuestión al respecto es cómo la normalidad se nos vuelve en poco tiempo algo arcaico y deleznable, mientras que aquello que antes nos parecía absurdo, bárbaro o impensable, se nos vuelve el cachondeo padre más habitual. Os preguntaréis que a qué viene esta forma de empezar el texto de esta semana, y es que parece que la divina providencia me ha puesto en la tesitura de plantearme todo esto en un mismo día varias veces.

Al margen del espectáculo tan bochornoso que está dando, para mi placer más execrable y licencioso, mi eterno enemigo Real Madrid (algún día explicaré por qué le tengo tanto asco a ese equipo, lamento las sensibilidades heridas), he podido comprobar cómo el tiempo resquebraja las realidades que antes eran inmutables y las vuelve objeto de debate. También me preguntaba cómo el tema de que los piratas somalíes tienen patrocinador europeo no se le había ocurrido a nadie antes (de ahí el tema de la ceguera), o como la curia apostólica protesta porque políticos voten a favor de una ley del aborto que sale ahora y no intentasen eliminar la que había antes. Que para las mentes olvidadizas, en España se puede abortar desde hace más de veinte años, y por la vía de los daños mentales para la madre entraba cualquier cosa. Y el sujeto del que hablaré a continuación, con su mayoría absoluta no la derogó (podía haberlo hecho), y ahora dice que el aborto es una perversión. Según esta regla de tres, dejó al país viviendo en la perversidad esos cuatro años.

Sigo, como decía, por una situación de las que más me toca personalmente la moral, una de esas en las que tienes que dar la razón a un sujeto al que nunca esperabas tener que dárselas, y en este caso es al bandolero de Aznar (como había quedado suficientemente claro antes). El otro día salía en la Universidad de Murcia diciendo, con el motivo de su nombramiento como catedrático de Ética (el tío es Inspector de Hacienda), que los políticos tienen que ir más allá de su presunción de inocencia, y eso es algo que llevo yo pensando mucho tiempo, pero que no me apropiaré de ello no sea que se lo haya registrado como propiedad intelectual. Viene al cuento de la memoria retroactiva porque si hay algo que a ese señor se le pueden poner varios ejemplos como el anterior en el tintero.

La segunda de las cosas que me ha venido hoy a la cabeza, así, bóbilis bóbilis, es la del patio de vecinas que se vuelven las Cortes Generales al menos una vez a la semana con el tema del control al Gobierno. Bien es sabido por el pueblo llano aunque les pese, que en este campo sociológico (hay hasta una carrera en la que les enseñan Ciencias Políticas, que siempre me ha intrigado un huevo de pato cuál será su plan de estudios) es el más dado a tener una memoria más volátil que la gasolina, al igual que incendiaria, y con tal de no moverse del sitio les hay que se grapan las nalgas a la butaca sin perder la sonrisa.

La cuestión es que como al final aquí todos queremos tener la razón cuando decimos (el menda incluido), y muchas veces nos da igual lo que atropellamos. Me encanta ver cómo el partido de la oposición echa pestes de los nacionalismos con los que pacta cuando está en el Gobierno; o como hablan de reformas de una Ley Electoral que a los que la conocemos mínimamente nos da vergüenza explicar a los amigos; o como cuando sabes, porque lo sabes, que el alcalde de tu pueblo es un chorizo y vas a aplaudirle cuando se le llevan con grilletes. Luego nos preguntamos qué pasa en este país, pero la clase política no es sino una pequeña muestra del acerbo social que llevamos dentro. O si no, preguntadme cuál es la frase que más he oído desde que he sacado las oposiciones y soy funcionario; imagino que sabéis perfectamente de lo que hablo.

La cuestión, y a lo que venía todo esto, es que conviene muchas veces, en esa sociedad de esperpéntica rapidez en la que vivimos, parar un momento el carro y mirar hacia atrás para ver qué es lo que pasa, para ver cuáles son los autoengaños en los que vivimos cómodamente instalados. Y aunque muchas veces no quede más remedio que tragar con lo que nos rodea, tampoco es necesario dar cuartelillo a las mentiras que nos quieran ir colando, porque aunque a veces nos parezca que no, no es lo mismo hacerte el tonto y dejar que pase, a decir abiertamente que estás hasta los refajos del calzoncillo. Además, esto no es ir de rebelde o hacer que la sangre se te ponga a dar gritos, sólo es hacer un mínimo ejercicio personal de inconformismo cierto, no el que los anuncios de la tele pretenden vendernos. Y es que hay un trecho bastante largo de los disturbios antisociales a mirarte de vez en cuando la chepa a ver quién se ha subido.

Alberto Martínez Urueña 11-11-2009

El lugar de donde somos

Si os soy sincero, la verdad, es que este país nuestro al que tanto quiero no deja de sorprenderme un día sí y otro también. Hace ya un tiempo tuve la idea de escribir sobre lo que me propongo hacer hoy, y pero no recuerdo muy bien el motivo de no hacerlo. Ahora que ya se me ha subido la bilis a la garganta, creo que no es mal momento de dejar escapar presión de la caldera y dejar salir el tren de mi punto de vista.

Según las últimas encuestas de medios a los que no haré alusión para evitar tiranteces iniciales, o para evitar que se ponga en cuestión desde el principio lo que digo (obviamente la encuesta no es cosecha propia), los españoles de a pie como la mayoría de nosotros, o de a coche por necesidades del guión, hemos elevado la corrupción política por encima del terrorismo en la escala de preocupaciones, que ya es decir mucho con esos desalmados de la pistola dispuestos a matar en cualquier momento. Más que nada, porque siempre se ha dicho aquello de que los políticos son todos iguales, y ese tipo de cosas, pero ahora que nos lo airean con nombres y apellidos, y que les vemos defenderse como gato panza arriba aferrados cual garrapata perruna a sus escaños, parece que el tema tiene más enjundia que hace unos meses cuando los alcaldes de varios municipios de la costa murciana y alrededores salían esposados como Curro Jiménez de sus respectivos señoríos (al final es lo que se creen que tienen). Ahora que las televisiones se han puesto a sacar casos investigados por la fiscalía anticorrupción, o como narices se llame el organismo encargado de hurgar en ese tipo de basura, que parece que no huele hasta que Matías Prat o Ana Blanco lo sacan en sus respectivas franjas horarias y entonces es que apesta, es el momento de hablar de ello sin miedo a que alguno de vosotros, lectores, me acuse de demagogia o de extremista radical.

Está bien eso que dicen los que todavía no han visto su nombre en titulares de no meter en la misma saca a todos los políticos, sentando las bases de una posible defensa en plan capa de agua para cuando esto empiece a salpicar por todos lados. La cara de indignación de los dirigentes políticos es de libro y perfectamente ensayada cuando sus amigos de los pueblos vecinos (porque no se dejen engañar, aquí son amigos todos, y como muy bien se ha encargado de decir el barbas, aquí las listas electorales al final las hace quien las hace y ponen a quien ellos quieren) salen retratados con cara circunspecta en diarios de tirada nacional, salvándose ellos como las ratas de un barco que se hunde o como los ricachos del Titánic, con mucho de eso de “no toleraré”, “el que la hace, la paga” y frases que llevamos escuchando cosa de treinta años en este país (en la época de Franco nadie se atrevía a decirles nada a los dirigentes untados). Sin embargo, hay cosas para las que los políticos sí que son iguales, como por ejemplo trazando círculos imaginarios y estancos alrededor suyo en donde las responsabilidades políticas (y hablo de responsabilidades políticas, no penales) no entran, no son capaces de traspasar esa línea hábilmente marcada. Porque el que la hace, la paga, sí; pero todavía no he visto aceptar responsabilidades a los que han puesto a esos sujetos en el cargo y luego han mirado hacia otro lado mientras el tío agarraba los billetes de quinientos machacantes a dos manos.

Claro, es muy complicado para los políticos, dignos ellos en sus altas esferas y torres de cristal, ver como la costa levantina se ha ido convirtiendo en puro estercolero de casas, residencias veraniegas, refugio de mafiosos, de infracciones urbanísticas y lugar para que señores de la liga de fútbol profesional inviertan sus bien ganados millones a los cuales les retienen para que contribuyan a las políticas sociales y otra clase de historias según sea su procedencia (creía que la jeta de esa gente no podía alcanzar las cotas a las que están llegando). Que no me parece mal tener una casita a pie de playa para cuando llegan las vacaciones, o que la gente se quiera sacar unas perrillas montando un hotel de superlujo en Valencia, pero no tengo tan claro que sean necesarias siete u ocho (por poner un número) y construidas sobre acantilados que antes eran un descanso para el buscador de paisajes bellos, o sobre las arenas de playas que de preciosas, han pasado a ser muestra flagrante del mangoneo más latino.

Yo la verdad es que tengo interés en ver cómo acaba este tinglado. Más que nada por las risas. Me van a resultar muy interesantes dos cosas en particular. La primera de ellas, ir viendo como esta gente de clara desviación moral va siendo recolocada en otros cargos de distinta envergadura por otros sujetos muy dudosa catadura, que ahora se llenan la bocaza con pactos de Estado contra la corrupción. Si mal no recuerdo, para evitar conductas ilícitas no se pacta, se establece un estricto ordenamiento jurídico y al que lo infringe se le cepillan los jueces. Corríjanme los errores.

La segunda de las cosas va a ser cuando, después de habernos llenado nosotros la bocaza de que es que todos son iguales, lleguen las elecciones y empiece a verse el color del equipo que llevamos dentro; y de ladrones, corruptos y otra clase de adjetivos calificativos que ahora utilizamos, pasemos a discriminar entre unos y otros y el nuestro sea identificado como mal menor. Quizá no es que todos los políticos sean iguales, sino que al final se nos nota a todos de donde somos. Y si no, echad la vista atrás a ver qué es lo que envidiamos de esos corruptos, chupones y malajes.

Alberto Martínez Urueña 5-11-2009